CAPÍTULO LXXXVI
Los efectos corporales de los cuerpos inferiores no son producidos necesariamente por los cuerpos celestes
Los cuerpos celestes no sólo no imponen necesidad alguna a la elección humana, sino que tampoco producen necesariamente efectos físicos
Las impresiones de las causas universales se reciben en los efectos según la capacidad receptiva de éstos. Es así que los cuerpos inferiores son variables y no se conservan siempre igual, por causa de la materia, que está en potencia para muchas formas, y también por la contrariedad de formas y potencias. Luego los cuerpos inferiores no reciben las impresiones de los cuerpos celestes a modo de necesidad.
De la causa remota no se sigue un efecto necesario si entre ambos no media una causa necesaria; por ejemplo, en los silogismos, de una mayor “necesaria” y de una menor “contingente” no se deduce una conclusión “necesaria”. Pero los cuerpos celestes son causas remotas; y las causas próximas de los efectos inferiores son las potencias pasivas y activas de los cuerpos inferiores, las cuales no son causas necesarias, sino contingentes, ya que pueden fallar en algunos casos. Por tanto, los cuerpos celestes no producen efectos necesarios en los inferiores.
El movimiento de los cuerpos celestes es siempre uniforme. En consecuencia, si los efectos de los cuerpos inferiores provinieran necesariamente de los cuerpos celestes, cuanto hay en los inferiores estaría siempre igual. Cosa que se da muchas veces, pero no siempre. Por tanto, dichos efectos no provienen necesariamente.
Con muchas cosas contingentes no puede hacerse una necesaria, porque, si un contingente cualquiera puede fallar por naturaleza en su efecto, de igual modo pueden fallar todos los demás. Mas consta que cuantas cosas se producen en los cuerpos inferiores por influencia de los superiores son contingentes. Luego la conexión de cuanto acontece en ellos por influencia de los cuerpos celestes no es necesaria, ya que es evidente que cualquiera de sus efectos puede ser impedido.
Los cuerpos celestes son agentes naturales que precisan materia para obrar. Por la acción, pues, de los cuerpos celestes no se elimina lo que requiere la materia. Ahora bien, la materia en que obran los cuerpos celestes son los cuerpos inferiores, los cuales pueden dejar de existir y también de obrar, porque son de naturaleza corruptible; por eso es propio de su naturaleza el no producir efectos necesarios. Por consiguiente, los efectos de los cuerpos celestes en los inferiores no se producen por necesidad.
Pero tal vez diga alguno que es necesario que los efectos de los cuerpos celestes se realicen, ya que las cosas inferiores no pierden por esto su posibilidad; porque cualquier efecto, antes de realizarse, está, en potencia, y entonces se llama posible; mientras que, cuando está, en acto, pasa de la posibilidad a la necesidad; y todo esto está sujeto a los movimientos celestes; y de esta manera no se impide que un efecto sea ahora posible, aunque después sea necesario producirlo. -Con esto pretende Albumasar defender lo “posible” en el libro primero de su “Introductorio”.
Mas no se puede defender lo “posible” de esta manera, porque lo posible es “lo que sigue a lo necesario”. Porque lo que necesariamente existe es posible que exista, ya que lo que no es posible que exista es imposible que exista. Y, lo que es imposible que exista, necesariamente no ha de existir. Luego -tal sería la conclusión- lo que necesariamente existe, necesariamente no existe. Y esto es imposible. Por tanto, es imposible que algo haya necesariamente de existir y, sin embargo, no le sea posible existir. Luego el ser posible sigue al necesario.
Pero no es necesario defender esta clase de posible contra el aserto de que los efectos son causados necesariamente, sino aquel “posible que se opone a lo necesario”, o sea, el posible que se define “lo que puede ser y no ser”. Pues en este sentido no se llama a una cosa posible o contingente porque únicamente esté algunas veces en potencia y otras en acto, como supone dicha respuesta; pues así también existe lo posible y lo contingente en los movimientos celestes. Por ejemplo, la conjunción o la oposición del sol o de la luna no siempre está, en acto, sino unas veces en acto y otras en potencia, y, sin embargo, son cosas necesarias, como se demuestra. Mas el posible o el contingente que se opone a lo necesario tiene como dato esencial que, no existiendo, no es necesario que se realice. Y esto sucede porque no se sigue necesariamente de su causa. Así, pues, el decir que Sócrates ha de sentarse es contingente, pero afirmar que él ha de morir es necesario, porque esto último se sigue necesariamente de su causa, y lo primero no. Luego, si de los movimientos celestes se sigue necesariamente que sus efectos hayan de suceder alguna vez, se prescinde de lo posible y contingente, que se opone a lo necesario.
Se ha de saber, además, que, para probar que los efectos de los cuerpos celestes se producen necesariamente. Se vale Avicena -en su “Metafísica”- de esta razón: Si se impide algún efecto de los cuerpos celestes, ello tendrá que ser por alguna causa voluntaria o natural. Mas toda causa voluntaria o natural se reduce a algún principio celeste. Luego también el impedimento de los efectos de los cuerpos celestes procede de ciertos principios celestes. Por tanto, es imposible que, considerado en conjunto el orden celeste, nunca se produzca su efecto. De donde concluye que los cuerpos celestes producen necesariamente sus efectos, tanto voluntarios como naturales, en los cuerpos inferiores.
Y ésta fue la razón -corno dice Aristóteles en el II de los “Físicos”- sostenida por algunos antiguos, que negaban el azar y la fortuna, puesto que cada efecto tiene su causa determinada. Y, puesta la causa, supone necesariamente el efecto. Y así, como todo acaece necesariamente, nada hay fortuito ni casual.
Sin embargo, Aristóteles resuelve esta objeción en el VI de la “Meta física” negando las dos proposiciones de que se vale esta razón. De las cuales una es: “Puesta una causa cual quiera, es necesario poner su efecto. Pero esto no es aplicable a todas las causas. Porque alguna causa, aunque sea causa por sí, propia y suficiente de algún efecto, puede, no obstante ser impedida por la concurrencia de otra, y no se seguirá el efecto. -La otra proposición que se niega es: “No todo lo que existe de algún modo tiene causa propia, sino sólo las cosas que existen en absoluto; pues la: que existen accidentalmente no tienen causa determinada”. Por ejemplo, que un hombre sea músico obedece a una causa determinada, pero que sea simultáneamente blanco y músico no tiene causa determinada Por tanto, cuantas cosas se dan simultáneamente en razón de una causa, están relacionadas entre sí por dicha causa; sin embargo, las que son accidentalmente simultáneas no están relacionadas. Luego no obedecen a una causa propia agente, pues ello sucede sólo accidentalmente. Por ejemplo, puede que el maestro enseñe música a un hombre blanco, aunque sin pretenderlo, puesto que su intención es enseñar a quien puede aprenderla.
Así, pues, dado un efecto, decimos que tuvo alguna causa de la que no se seguía necesariamente, porque pudo ser impedido por la concurrencia de otra causa accidental. Y aunque dicha causa concurrente haya de reducirse a una causa superior, sin embargo, la concurrencia, que impide, no se ha de reducir a otra. Y así no puede decirse que el impedimento de tal o cual efecto proceda de un principio celeste. Por consiguiente, no es preciso decir que los efectos de los cuerpos celestes en los cuerpos inferiores se producen necesariamente.
Por esto dice el Damasceno en el libro segundo que “los cuerpos celestes ni son causa de la generación de las cosas que nacen ni de la corrupción de las que se corrompen”, y esto porque tal efecto no procede de ellas por necesidad.
Y Aristóteles dice también en el libro segundo “Del sueño y la vigilia” que “de los indicios que hay en los cuerpos, atribuidos a los astros, a las aguas o a los vientos, muchos no se realizan. Porque, si se da algún movimiento más potente que aquel del cual depende el futuro indicio, éste no se cumple; como hay muchas cosas bien meditadas que convenía realizar, y se abandonan por otras iniciativas más dignas”.
También dice Tolomeo en el “Cuatripartito”: “Además, no debemos estimar que las cosas superiores suceden inevitablemente, como cuanto acaece por disposición divina, que no es posible evitar, y que se realiza infalible y necesariamente”. Y en el “Centiloquio” dice: “Estas conjeturas que te comunico están entre lo necesario y lo posible”.
Si encuentras un error, por favor selecciona el texto y pulsa Shift + Enter o haz click aquí para informarnos.