CAPÍTULO LXXXIV: Solución de los argumentos propuestos

CAPÍTULO LXXXIV

Solución de los argumentos propuestos

Las razones con las que (al principio del capítulo precedente) se probó que las almas existieron desde siempre, o por lo menos existieron anteriormente a los cuerpos, son fáciles de rebatir.

Lo que se afirma en primer lugar, de que el alma tiene capacidad para existir siempre, se debe conceder; sin embargo, ha de tenerse en cuenta que la capacidad y potencia de una cosa no se extiende a lo que fue, sino a lo que es o será; de donde se sigue que la posibilidad no se da e cuanto a lo pasado. Por lo tanto, del hecho de que el alma tenga el poder de existir siempre, no se puede concluir que siempre existió, sin más bien que siempre existirá.

De la potencia no se sigue aquello lo cual se ordena la misma, sino se supone dicha potencia. Así que, aunque el alma tenga el poder de existir siempre, no podemos por ello concluir que el alma exista siempre, sino después de haber recibido da capacidad por ello, pues, se acepta que desde siempre tuvo tal potencia, se afirmará lo que hay que probar, a saber, que existió desde siempre.

En cuanto a lo que se arguye el segundo lugar, referente a la eternidad de la verdad que el alma entiende, hay que tener en cuenta que la eternidad de la verdad entendida puede comprenderse de dos modos: uno en cuanto a lo que se entiende; otro en cuanto a aquello por lo cual se entiende. Y si realmente la verdad entendida es eterna en cuanto a do que se entiende, síguese la eternidad de lo entendido, mas no la de quien entiende. Mas si la verdad entendida es eterna en cuanto a aquello por lo que es entendida, síguese que el alma inteligente es eterna. De esta manera, la verdad entendida no es eterna, sino de la primera; pues por lo expuesto queda claro que las especies inteligibles, por las que nuestra alma entiende la verdad, tienen su origen en los fantasmas y nos vienen por medio del entendimiento agente (c. 76). De aquí que no pueda concluirse que el alma es eterna, sino más bien que las verdades entendidas se fundan en algo eterno, pues se apoyan en la verdad primera como en la causa universal que contiene toda verdad. Con esta eternidad se relaciona el alma, no como sujeto a la forma, sino más bien como cosa que se ordena a su fin; pues la verdad es el bien del entendimiento y su propio fin. Del fin se puede, sin embargo, sacar un argumento para la duración de una cosa, así como también mediante la causa agente se puede argüir sobre el principio de una cosa; porque, en efecto, lo que está ordenado a un fin eterno debe ser capaz de durar siempre. De donde se sigue que por la eternidad de la verdad inteligible se puede probar la inmortalidad del alma, pero no su eternidad. Lo cual tampoco se puede demostrar por la eternidad del agente, como quedó claro por lo dicho antes (c. 31 ss.), al tratar la eternidad de las criaturas.

En tercer lugar, lo que se arguye contra la perfección del universo no tiene ilación necesaria. En efecto, la perfección del universo se considera en orden a las especies y no en cuanto a los individuos; porque continuamente se añaden al universo muchos individuos de las especies prexistentes. Ahora bien, las almas humanas no se diversifican por la especie, sino por el número, como quedó probado (c. 81). Luego se concluye que, aunque sean creadas nuevas almas, esto no se opone a da perfección del universo.

Por esto mismo se hace clara la solución de lo que se arguye en cuarto lugar. En efecto, en el mismo pasaje del Génesis se dice que “Dios terminó su obra y descansó de cuanto hiciera”. Luego, así como el remate o perfección de las criaturas debe considerarse en orden a las especies y no en orden a los individuos, así también hay que entender el descanso de Dios en el sentido de que no crea nuevas especies; pero no quiere decir que no cree nuevos individuos semejantes a los anteriores en la especie. Y de este modo, como todas las almas humanas son de la misma especie, así también son de la misma especie todos los hombres; de modo que si Dios crea todos los días nuevas almas, esto no se opone al predicho descanso.

Por otra parte, ha de tenerse presente que no se encuentra en Aristóteles la afirmación de que el entendimiento humano sea eterno; afirmación que él suele hacer refiriéndose a las cosas que en su opinión existieron siempre. Sin embargo, dice que el mismo entendimiento es “perpetuo” (cc. 61, 78); lo que, en realidad, se puede afirmar de do que siempre existirá, aunque no haya existido siempre. Por eso, en el XI de los “Metafísicos”, cuando trata del alma intelectiva como independiente de da condición de las otras formas, no dijo que esta forma existiese antes de la materia (lo que, sin embargo, afirmaba Platón en cuanto alas “ideas”, y desde luego parecía convenir al asunto de que trataba que algo de esto dijera sobre el alma), sino que afirmó que “el alma permanece después del cuerpo”.

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