CAPÍTULO LXXXIV: La voluntad de Dios no quiere lo que de suyo es imposible

CAPÍTULO LXXXIV

La voluntad de Dios no quiere lo que de suyo es imposible

Es evidente, a la luz de lo anteriormente dicho, que la voluntad de Dios no puede querer lo que de suyo es imposible. En efecto:

Es imposible lo que repugna en sí mismo. Por ejemplo, que el hombre sea asno, pues se afirmaría que lo racional es irracional. Y lo que repugna a un ser excluye de él algo que le es indispensable, como el ser asno excluye la razón de hombre. Si, pues, Dios quiere necesariamente lo que es indispensable a lo que se supone que quiere, es imposible que quiera lo que le repugna. Y, por consiguiente, no puede querer lo que es absolutamente imposible.

Como ya hemos demostrado (c. 75), Dios, queriendo su propio ser, que es su bondad, quiere todos los otros seres, en cuanto tienen su semejanza. Pero en lo que una cosa repugna a la razón de ser en cuanto tal, no puede salvarse la semejanza del primer ser, es decir, del ser divino, fuente del ser. Dios, pues, no puede querer algo que repugna a la razón de ser en cuanto tal. Ahora bien, como a la razón de hombre en cuanto tal repugna el ser irracional, así a la razón de ser como ser repugna que una cosa sea ser y no ser a la vez. Dios no puede hacer, por lo tanto, que la afirmación y la negación sean verdaderas al mismo tiempo. Y esto incluye precisamente todo lo que de suyo es imposible, que repugna a sí mismo en cuanto implica contradicción. La voluntad de Dios, en consecuencia, no puede querer lo que de suyo es imposible.

La voluntad no tiende sino a un bien conocido. Lo que no cae, pues, en el ámbito del entendimiento, tampoco en el de la voluntad. Pero las cosas que de suyo son imposibles no caen bajo el entendimiento, puesto que repugnan en sí mismas, a no ser por un error del que no entiende la propiedad de las cosas, que no puede decirse de Dios. Por lo tanto, en el campo de la voluntad divina no puede caer lo que de suyo es imposible.

Una cosa es a la bondad como es al ser. Pero las cosas imposibles no pueden ser. Luego no pueden ser buenas. Ni, por lo tanto, queridas por Dios, que no quiere sino lo que es o puede ser bueno.

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