CAPÍTULO LXXVI
La providencia divina sobre lo singular es inmediata
Algunos concedieron que la providencia de Dios se extiende a lo singular, pero mediante algunas causas. Según Gregorio Niseno, Platón defendió una triple providencia. La primera es la de “Dios sumo”, quien primera y principalmente provee “a lo propio”, o sea. a todos los seres espirituales e intelectuales y, en consecuencia, al mundo en general en cuanto a los géneros, las especies y las causas universales, que son los cuerpos celestes. -La segunda es aquella por la que provee a los singulares de los animales y de las plantas, y de otras cosas generables y corruptibles, en cuanto a su generación y corrupción u otros cambios. Y Platón atribuye esta providencia a los “dioses que se mueven alrededor de los cielos”. Sin embargo, Aristóteles atribuye su causalidad al “círculo oblicuo”. -Y considera Platón como tercera providencia la de las cosas que pertenecen a la vida humana, atribuyéndola a “ciertos genios que hay cerca de la tierra”, y que, según él, “son los custodios de las acciones humanas”. -No obstante, según Platón, las segunda y tercera providencias dependen de la primera, porque “el sumo Dios estableció los segundos y terceros provisores”.
Esta opinión está de acuerdo con la fe católica al reducir la providencia de todas las cosas a Dios, como a su primer autor; sin embargo, se opone al decir que no todo lo singular está sujeto inmediatamente a la divina providencia, como consta por lo anterior.
Pues es un hecho que Dios tiene conocimiento inmediato de lo singular, pero no como si lo conociera en sus causas, sino en sí mismo, según hemos demostrado en el libro primero de esta obra (c. 65 ss.). Y, al parecer, no es conveniente que, conociendo lo singular, no quiera su ordenación, que es lo que constituye su principal bien, precisamente siendo la voluntad divina el principio de toda bondad. Es, pues, menester que, así como conoce inmediatamente lo singular, así también inmediatamente lo ordene.
El orden establecido por la providencia en las cosas gobernadas procede del orden que el provisor dispuso en su mente; por ejemplo, la forma artística impresa en la materia procede de aquella que el artífice tiene en su mente. Ahora bien, es preciso que, donde hay muchos provisores subordinados, el superior confíe al inferior el orden concebido, tal como el arte inferior recibe los principios del superior. Luego si se colocan bajo el primer provisor, que es el sumo Dios, los segundos y terceros provisores, es preciso que de Él reciban el orden que se ha de establecer en las cosas. Y es imposible que dicho orden sea más perfecto en ellos que en Dios sumo, puesto que todas las perfecciones pasan de Él a lo demás como descendiendo, según consta por lo dicho (l. 1, c. 38 ss.). Es, pues, menester que en los segundos provisores esté el orden de las cosas no sólo de manera universal, sino también particularizado. Luego con mayor razón se encontrará en la disposición de la divina providencia el orden de lo singular.
Vemos que en las cosas regidas por la providencia humana hay un provisor superior, que estudia por su cuenta la manera de ordenar ciertas cosas grandes y generales, sin atender por sí mismo a la ordenación de lo pequeño, que deja en manos de algunos inferiores para que ellos lo resuelvan. Y esto es así por su condición defectuosa, bien porque ignora las condiciones de las cosas singulares más pequeñas o bien porque no se basta por sí mismo para er el modo de ordenarlo todo por el trabajo y la cantidad de tiempo que ello exigiría. Pero tales defectos no caben en Dios, porque Él conoce todo lo singular y no trabaja para entender ni requiere tiempo alguno; pues, conociéndose a sí, conoce todo lo demás, según se demostró (l. 1, e. 46). En consecuencia, El mismo mira de establecer el orden de todo lo singular. Luego su providencia sobre lo singular es inmediata.
En las cosas humanas, los provisores inferiores indagan por propia industria el orden de aquello cuyo gobierno se les ha encomendado por el presidente. Y esta habilidad no la reciben del presidente humano, como tampoco su uso; porque, si se la debieran a él, la ordenación sería del presidente, y ellos serían, no sus provisores, sino sus ejecutores. Ahora bien, consta por lo dicho (c. 67; 1. 2, c. 15) que Dios causa la sabiduría y el entendimiento en todos los seres inteligentes, y, además, que ningún entendimiento puede obrar sin contar con la virtud divina, como ningún agente puede obrar sin que ella le mueva. Según esto, Dios dispone inmediatamente con su providencia todas las cosas, y quienes se llaman provisores a su servicio son ejecutores de su providencia.
La providencia superior da reglas a la inferior; por ejemplo, el político da regias y leyes al jefe del ejército, quien, a su vez, las da a los jefes de centuria y a los tribunos. Supuesto, pues, que haya otras providencias bajo la primera del sumo Dios, es preciso que Dios dé a los segundos y terceros provisores las reglas de su gobierno. Y o les da reglas y leyes universales o, por el contrario, particulares. Si les da reglas universales de gobierno, como éstas no pueden aplicarse siempre a los casos particulares, principalmente en las cosas mudables, que nunca se encuentran en un mismo estado, sería preciso que dichos segundos y terceros provisores impusieran sus propias reglas a las cosas de su dominio, prescindiendo de las que recibieron. Según esto, estarían capacitados para discernir sobre las reglas recibidas, disponiendo cuándo convendría proceder según ellas y cuándo habría de desentenderse de las mismas. Y esto es imposible, porque este dictamen corresponde al superior; porque tanto el interpretar las leyes como el dispensarlas es privativo de quien las da. Luego este dictamen acerca de las reglas universales recibidas debe ejercerlo el supremo provisor. Cosa que no podría realizar si no pudiera inmiscuirse en la ordenación inmediata de lo singular. Según esto, es preciso que sea el inmediato provisor de ello. -Por otra parte, si los segundos y terceros provisores reciben del primero las reglas y leyes particulares, se ve claramente que la ordenación inmediata de lo singular es realizada por la divina providencia.
El provisor superior dictamina siempre sobre lo ordenado por los provisores inferiores, o sea, si está o no bien ordenado. Por lo tanto, si los segundos y terceros provisores están al servicio de Dios, primer provisor, es menester que Él dictamine sobre lo que ellos ordenan. Y esto no sería posible si El no tuviera en cuenta el orden de lo singular. Luego El mismo cuida por su parte de las cosas singulares.
Si Dios no cuidara por sí mismo de las cosas inferiores, este hecho podría obedecer o a que las despreciaba o a que no quería manchar su dignidad con las mismas, según afirman algunos. Pero esto es una sinrazón. Pues es más digno disponer próvidamente el orden de algunas cosas que el obrar en ellas. Luego, si Dios obra en todas las cosas y, ello no obstante, en nada rebaja su dignidad, antes bien corresponde a su supremo y universal poder, en modo alguno da lugar a despreciarle ni mancha su dignidad el que ejerza inmediatamente su providencia sobre lo singular.
Todo sabio que usa próvidamente de su virtud, modera al obrar el uso de la misma, disponiendo a qué cosas y con qué intensidad ha de llegar; pues, de no ser así, al obrar no seguiría la virtud a la sabiduría. Consta por lo dicho (c. 67 ss.) que la virtud divina llega con su operación hasta las cosas más pequeñas. Por lo tanto, la sabiduría divina dispone qué, cuántos y de qué manera han de salir los efectos de su virtud, incluso en las cosas pequeñas. Luego El mismo es quien dispone con su providencia inmediata el orden de todas las cosas.
Por eso se dice a los Romanos: “Lo que procede de Dios, ordenado está”. Y en Judit: “Tú hiciste lo primero y pensaste lo que seguiría, y todo fue hecho porque tú mismo lo quisiste”.
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