CAPÍTULO LXXV: De la distinción de las órdenes

CAPÍTULO LXXV

De la distinción de las órdenes

También se ha de tener en cuenta que la potestad que se ordena a algún efecto principal tiene por naturaleza bajo sí las potestades inferiores que la sirven. Como se ve claramente en las artes, pues las artes que disponen la materia están al servicio de la que imprime la forma artificial, y la que lo imprime la forma está, a su vez, al servicio de la que atiende al fin de lo artificial; más todavía, la que se ordena al fin más próximo sirve a la que le corresponde el último fin; por ejemplo, la de cortar maderos sirve a la de construir naves, y ésta a la de marinería, la cual sirve, a la vez, a la económica, o a la militar, o a otra semejante, puesto que la navegación se puede ordenar a diversos fines. Luego, como la potestad del orden se ordena principalmente a consagrar el cuerpo de Cristo y administrarlo a los fieles, y a purificarlos de los pecados, es preciso que exista alguna orden principal, cuya potestad se extienda principalmente a esto, y tal es el “orden sacerdotal”. Además, ha de haber otras que le sirvan, disponiendo de algún modo la materia, y éstas son las “órdenes de los administradores”. Y porque la potestad sacerdotal, como ya se dijo (c. prec.), se extiende a dos cosas, a saber, a la consagración del cuerpo de Cristo y a hacer idóneos a los fieles para la recepción de la eucaristía por la absolución de los pecados, es conveniente que la sirvan las órdenes inferiores en ambas cosas o en una sola. Y es evidente que una orden inferior en tanto es más superior a las otras en cuanto en más cosas sirven al orden sacerdotal o lo hace en algo más digno.

Luego las “órdenes menores” sólo sirven al orden sacerdotal en la preparación al pueblo: los “ostiarios”, efectivamente, apartando a los infieles de la congregación de los fieles. Los “lectores”, instruyendo a los catecúmenos en los principios de la fe; por eso se les encarga leer las Escrituras del Antiguo Testamento. Los “exorcistas”, purificando a quienes ya están instruidos, pero están impedidos de algún modo por el demonio para recibir los sacramentos.

Sin embargo, las órdenes superiores sirven al orden sacerdotal no sólo en la preparación del pueblo, sino también en la consumación del sacramento. Pues los “acólitos” tienen a su cargo los vasos no sagrados, en los cuales se prepara la (materia del sacramento; por eso en su ordenación se les entregan las vinajeras. Los “subdiáconos” tienen a su cargo los vasos sagrados y la preparación de la materia aun no consagrada. Los “diáconos” tienen, además un cierto ministerio sobre la materia ya consagrada, en cuanto que distribuyen a los fieles la sangre de Cristo. Y por eso estas tres órdenes, a saber, el sacerdocio, el diaconado y el subdiaconado, se llaman “sagradas”, porque reciben poder sobre algo sagrado. Y estas órdenes superiores también sirven en la preparación del pueblo. Por eso se les confiere a los diáconos el poder de enseñar la doctrina evangélica al pueblo, y a los subdiáconos la apostólica, y a los acólitos el poder para que, con respecto a estas dos cosas, prepara, en lo que corresponde a las ceremonias, como el llevar las luces y otros servicios parecidos.

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