CAPÍTULO LXXIX
El alma humana no se corrompe al corromperse el cuerpo
Partiendo de lo dicho, puede de mostrarse claramente que el alma humana no se corrompe al corromperse el cuerpo.
Se probó anteriormente (c. 55) que toda substancia intelectual es incorruptible. El alma humana es una substancia intelectual, como se dijo (c. 56 ss.). Luego el alma humana debe ser incorruptible.
Ninguna cosa se corrompe por lo que constituye su perfección, porque los tránsitos a la perfección y a la corrupción son contrarios entre sí. La perfección del alma humana consiste precisamente en cierta abstracción del cuerpo. Pues el alma se perfecciona con la ciencia y la virtud. Según la ciencia, tanto más se perfecciona cuanto mas inmateriales son las cosas que considera. Según la virtud, la perfección del hombre consiste en no seguir las pasiones del cuerpo y en templarlas y dominarlas en conformidad con la razón. Luego la corrupción del alma no consiste en su separación del cuerpo.
Pero si se dijera que la perfección del alma consiste en su separación del cuerpo en cuanto al obrar, y la corrupción en su separación en cuanto al ser, no se objeta debidamente. Porque la operación demuestra la substancia y el ser de quien obra, pues cada cual obra en cuanto es ser, y la operación propia de una cosa es secuela de su propia naturaleza. Luego no se perfecciona la operación de una cosa sin perfeccionarse al mismo tiempo su substancia. Luego si el alma se perfecciona, en cuanto al obrar, abandonando al cuerpo, su incorpórea substancia no dejará de ser porque se separe del cuerpo.
El perfectivo propio del hombre, en cuanto al alma, es algo incorruptible. Pues la operación propia del hombre, en cuanto hombre, es el entender, y por ella se diferencia de los brutos, de las plantas y de los seres inanimados. El entender versa precisamente sobre lo universal y lo incorruptible, en cuanto tales, y las perfecciones deben estar proporcionadas a sus perfectibles. Luego el alma humana es incorruptible.
Es imposible que un deseo natural sea en vano. El hombre naturalmente desea permanecer perpetuamente. Prueba de ello es que el ser es apetecido por todos; pero el hombre, gracias al entendimiento, apetece el ser no sólo como presente, cual los animales brutos, sino en absoluto. Luego el hombre alcanza la perpetuidad por el alma, mediante la cual aprehende el ser en absoluto y perdurablemente.
“Lo que es recibido en otro se ajusta al modo de ser de su recipiente”. Las formas de las cosas se reciben en el entendimiento posible como inteligibles en acto. Y son inteligibles en acto porque son inmateriales, universales y, en consecuencia, incorruptibles. Luego el entendimiento posible es incorruptible. Y ya se probó (cc. 59 y 61) que el entendimiento posible es parte del alma. Luego el alma humana es incorruptible.
El ser inteligible es más perdurable que el ser sensible. Si, pues, lo que en las cosas sensibles hace las veces de primer recipiente es incorruptible substancialmente, a saber, la materia prima, con mayor razón lo será el entendimiento posible, que es el recipiente de las formas inteligibles. Luego el alma humana, de la que es parte el entendimiento posible, es incorruptible.
“El que hace es más noble que lo hecho”, como dice también Aristóteles. El entendimiento agente “hace” dos inteligibles en acto, como consta por lo dicho (c. 76). Luego, como los inteligibles en acto, en cuanto tales, son incorruptibles, con mayor razón será incorruptible el entendimiento agente. Luego también el alma humana, cuya luz es el entendimiento agente, como consta por lo ya dicho.
Ninguna forma se corrompe si no es o por la acción de su contrario, o por la corrupción de su sujeto, o por defecto de su causa; así, por la acción de su contrario, el calor desaparece con el frío; por la corrupción de su sujeto, destruido el ojo, desaparece la potencia visual; por defecto de su causa, como cuando el aire pierde la luminosidad al desaparecer el sol. Pero el alma humana no puede corromperse por la acción de su contrario, porque no lo tiene, pues por el entendimiento posible es a la vez conocedora y receptiva de todos los contrarios. Igualmente, tampoco por la corrupción de su sujeto, pues ya queda dicho (c. 68) que el alma humana es una forma que no depende del cuerpo en cuanto al ser. Y, de igual modo, tampoco por la corrupción de su causa, pues no puede tener otra causa que la eterna, como se demostrará después. Luego de ninguna manera puede corromperse el alma humana.
Si el alma humana se corrompe por la corrupción corporal, su ser deberá debilitarse cuando el cuerpo se debilita. Sin embargo, si alguna potencia del alma se debilita a consecuencia de la debilidad del cuerpo, lo es sólo accidentalmente, a saber, porque dicha potencia necesita de órgano corpóreo; así, la vista se debilita accidentalmente por debilidad de su órgano. Mas, si a la potencia le afectara esencialmente tal debilidad, nunca se recobraría aunque se restaurase el órgano; pues vemos que, cuantas veces se debilita la vista, si se repara el órgano, inmediatamente se recobra. Por eso dice Aristóteles en el I “Sobre el alma” que, “si el viejo recibiera el ojo del joven, vería en realidad como un joven”. Luego como el entendimiento es una potencia del alma que no precisa de órgano, como ya se demostró (cc. 68 y 69), no se debilita ni esencial ni accidentalmente, ni por vejez o cualquier otra debilidad corporal. Sin embargo, si el entendimiento se siente afectado al obrar por la fatiga o por otro impedimento ocasionado por enfermedad corporal, esto no le sucede por propia debilidad, sino por la debilidad de aquellas potencias de que se sirve el entendimiento, tales como la imaginación, la memoria y la cogitativa. Luego se ve que el entendimiento es incorruptible. Por consiguiente, también lo es el alma humana, pues es una substancia intelectual.
Y también puede demostrarse invocando la autoridad de Aristóteles, pues dice en el I “Sobre el alma” que “el entendimiento parece ser una substancia, y que no se corrompe”. Y que esto no debe entenderse de una substancia separada, que fuese el entendimiento posible o el agente, consta por lo precedente (cc. 61, 78).
También se manifiesta con las palabras propias de Aristóteles en el XI de los “Metafísicos”, donde dice, hablando contra Platón, que “las causas que mueven son prexistentes, pero las causas formales existen simultáneamente con aquellos de quienes son causas”; así “cuando el hombre es sanado, entonces recibe la salud”, y no antes; contra esto dijo Platón que las formas de las cosas son prexistentes. Y, dicho esto, añade después: “Si, pues, algo permanece después, hay que averiguarlo. Porque en algunos seres no hay dificultad; por ejemplo, si se trata de un alma determinada; no de cualquiera, sino de la intelectual”. Y esto demuestra que, como habla de formas, quiere que el entendimiento, que es la forma del hombre permanezca después de la materia, o sea, desaparecido el cuerpo.
Y, además, por las palabras citadas de Aristóteles se ve que, considerando al alma como forma, no dice que no sea subsistente y, por tanto, corruptible, como supuso Gregorio Niseno; porque precisamente excluye al alma intelectiva de todas las otras formas, diciendo que ella “permanece después del cuerpo y es una substancia”.
Todo lo dicho está de /acuerdo con el sentir de la fe católica. Porque en el libro de “Los dogmas eclesiásticos” se dice: “Creemos que únicamente el hombre tiene alma substancial que, separada del cuerpo, vive y conserva sus sentidos y potencias plenamente, y no muere con el cuerpo, como asegura el Árabe, ni después de un pequeño intervalo, como dijo Zenón, porque vive substancialmente”.
Y con esto queda excluido el error de los impíos, en cuyo nombre dice Salomón (Sap. 2,2): “Hemos salido de la nada y después de esto seremos como si nunca hubiéramos sido”; y en su nombre también dice (Eccl. 3, 19): “Una es la muerte de los hombres y de los jumentos e igual la condición de ambos. Como muere el hombre, así mueren ellos. Todos expiran de la misma manera, y en nada supera el hombre al jumento”. Y que esto lo dice, no en su nombre, sino en el de los impíos, se ve por lo que añade al fin del libro, como determinando (Eccl. 12,7): “Hasta que el polvo vuelva a la tierra de donde vino, y el espíritu vuelva a aquel que lo dio”.
Son numerosísimos los pasajes de la Sagrada Escritura que testifican la inmortalidad del alma.
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Comments 1
Cuando venga Jesús, resucitará a quien murió en Él, y será transformado aquel que se encuentre vivo en ese momento, según apocalipsis, luego entonces transformará el cuerpo más no tomara el alma y dejara el cuerpo. Cuando se habla de alma, podríamos afirmar que es un lenguaje romántico que habla del alma haciendo referencia al ser humano.