CAPÍTULO LXXI: Dios conoce los males

CAPÍTULO LXXI

Dios conoce los males

Finalmente queda por demostrar que Dios conoce también los males.

Conocido el bien, se conoce el mal opuesto. Pero Dios conoce todos los bienes particulares, a los que se oponen los males. Dios conoce, por lo tanto, los males.

Las razones de los seres contrarios en el alma no son contrarias; de otra manera, ni se conocerían a la vez ni existirían juntos en el alma. Por lo tanto, la razón por la que se conoce el mal no repugna al bien, sino que pertenece a la razón de bien. Si, pues, en Dios, por su perfección absoluta, se hallan todas las razones de bondad, como atrás se ha probado (c. 40), queda claro que en Él está la razón por la que se conoce el mal. Tiene, pues, conocimiento del mal.

La verdad es el bien del entendimiento, pues se dice que un entendimiento es bueno porque conoce la verdad. Ahora bien, no solamente es verdad que el bien es bien, sino también que el mal es mal; pues, como es verdadero ser lo que es, también es verdadero no ser lo que no es. Por lo tanto, el bien del entendimiento consiste también en el conocimiento del mal. Pero, por ser el entendimiento divino perfecto en bondad, no le puede faltar ninguna perfección intelectual; posee, pues, el conocimiento de los males.

Se ha demostrado que Dios conoce la distinción de las cosas (c. 50). Pero en la razón de distinción hay negación, pues los seres son distintos cuando el uno no es el otro. Por esto, los primeros que se distinguen entre sí incluyen una negación mutua, que hace que en ellos las proposiciones negativas sean inmediatas, como, por ejemplo, ninguna cantidad es substancia. Dios, por lo tanto, conoce la negación. Ahora bien, la privación es una cierta negación en un sujeto determinado; conoce, pues, la privación. Y, por consiguiente, gel mal, que no es otra cosa que la privación de una perfección debida.

Si, como nosotros hemos probado (c. 50) y ciertos filósofos admiten y demuestran, Dios conoce todas las especies de las cosas, necesariamente ha de conocer los contrarios; y esto, ya porque las especies de algunos géneros son contrarias, ya porque lo son sus diferencias. Pero en los contrarios se incluye la oposición de forma y de privación. Luego Dios debe conocer la privación y, por consiguiente, los males.

Dios conoce no sólo la forma, sino también la materia (c. 65). Y la materia, por ser ente en potencia, es imposible comprenderla perfectamente si no se conoce hasta dónde llega su potencia, como sucede en todas las otras potencias. Ahora bien, la potencialidad de la materia se extiende a la forma y a la privación, pues lo que puede ser puede también no ser. Luego Dios conoce la privación y, por consiguiente, los males.

Si Dios conoce algo distinto de Él, con más razón conocerá lo óptimo, y esto es el orden del universo, al cual se ordenan, como a su fin, todos los bienes particulares. Ahora bien, en el orden del universo hay seres destinados a luchar contra los daños que otros pueden causar, como se ve en las defensas que la naturaleza da a ciertos animales. Luego Dios conoce estos daños y, por lo tanto, los males.

En nosotros nunca se vitupera el conocimiento de las cosas malas en lo que de suyo tienen de ciencia, es decir, según el juicio que de ellas tenemos; sino accidentalmente, en cuanto por su consideración alguno se ve inclinado al mal; pero esto es imposible en Dios, porque es inmutable (c. 13). Nada se opone, pues, a que Dios conozca las cosas malas.

Por otra parte, está conforme esta verdad con lo que dice la Sabiduría: “que la malicia no vence a la sabiduría de Dios”. Se dice además en los Proverbios: “El infierno y la perdición están delante del Señor”; y en el Salmo: “No se te ocultan mis pecados”. Y en el libro de Job: “Él conoce la vanidad de los hombres, y )no considera, viendo la iniquidad?”

Hay que notar, sin embargo, que el entendimiento divino no conoce el mal y la privación de la misma manera que nuestro entendimiento. Pues, como nuestro entendimiento conoce cada cosa por sus propias y diversas especies, lo que está en acto lo conoce mediante la especie inteligible, por la cual viene a ser entendimiento en acto. Y por esto puede conocer la potencia, en cuanto algunas veces se halla en potencia respecto a tal especie. De manera que, así como conoce el acto por el acto, conoce igualmente la potencia por la potencia. Y porque la potencia entra en la razón de la privación, pues la privación es una negación que tiene por sujeto el ente potencial, síguese que de alguna manera pertenece a nuestro entendimiento el conocer la privación, en cuanto naturalmente está en potencia. Puede decirse también que el conocimiento de la potencia y de la privación provienen del conocimiento del acto mismo.

En cambio, el entendimiento divino, que de ningún modo está en potencia, no conoce de esta manera ni la privación ni ninguna otra cosa. Pues, si conociese algo por una especie que no sea El mismo, resultaría necesariamente que la proporción que existe entre Él y dicha especie sería la misma que hay entre la potencia y el acto; y de aquí que ha de entender sólo por la especie que es su esencia. Y, por consiguiente, El solo I es el primer objeto de su conocimiento. Y, viéndose a sí mismo, conoce los otros seres (c. 49), no sólo los que están en acto, sino los potenciales y las privaciones.

Este es el sentido de las palabras que el Filósofo escribe en el tercer libro “Del alma”: “)Cómo conoce el mal y lo negro? Pues de alguna manera conoce los contrarios. Es necesario que sea cognoscente en potencia y en sí la tenga. Mas si el cognoscente carece de contrario -es decir, de potencia-, se conoce a sí mismo, está en acto y es independiente”. No conviene seguir la exposición de Averroes, quien pretende deducir de aquí que el entendimiento que sólo está en acto de ningún modo conoce la privación. El sentido es que no conoce la privación por estar en potencia para algo, sino por conocerse a sí mismo y estar siempre en acto.

Se ha de observar también que, si Dios se conociese a sí mismo de tal manera que, viéndose a sí, no conociese los otros seres que son bienes particulares, de ningún modo conocería la privación y el mal. Porque no hay alguna privación opuesta al bien, que es El mismo, ya que la privación y su contrario son naturalmente relativas a una misma cosa; y así ninguna privación se opone al que es acto puro. Y, por consiguiente, ningún mal. Si, pues, admitimos que Dios se conoce solamente a sí mismo, siendo su bien, no conocería el mal. Pero, como conoce los seres que naturalmente tienen privaciones viéndose a sí mismo, necesariamente ha de conocer las privaciones opuestas y los males opuestos a los bienes particulares.

Notemos asimismo que, así como Dios, viéndose a sí mismo, conoce a los otros seres, sin discurso, tampoco es discursivo su conocimiento, aun cuando conozca los males por los bienes. Pues el bien es, por decirlo así, la razón del conocimiento del mal. Se conoce el mal por el bien como las cosas por sus definiciones, no como las conclusiones por sus principios.

Y no es imperfección del conocimiento divino si conoce los males por la privación de los bienes. Porque el mal no indica ser sino como privación de bien. De esta sola manera es cognoscible, ya que cada cosa tiene de cognoscibilidad cuanto tiene de ser.

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