CAPÍTULO LXVII: Dios es causa del obrar de todos los que obran

CAPÍTULO LXVII

Dios es causa del obrar de todos los que obran

Y por esto se ve que Dios es causa de que obren cuantos obran. Todo el que obra es causa del ser, del ser esencial o del accidental. Pero nada puede ser la causa del ser si no obra en virtud divina, según se demostró (c. prec.). Luego todo el que obra lo hace por virtud divina.

Toda operación que resulta de una virtud determinada se atribuye, como a su causa, a la cosa que dio tal virtud; por ejemplo, el movimiento natural de los cuerpos pesados y leves, que responde a sus propias formas, por las cuales son pesados o ligeros, y por esto se dice que la causa de tales movimientos es el engendrante que les dio la forma. Mas toda virtud de cualquier agente procede de Dios, como del primer principio de toda perfección. Luego, como toda operación responde a una virtud determinada, es preciso que Dios sea la causa de cualquier operación.

Es evidente que toda acción que no puede permanecer, si cesa la influencia de un agente, pertenece a dicho agente; tal como, cesando la acción del sol, que ilumina el aire, no puede permanecer la manifestación de los colores, por eso es indudable que el sol es la causa de la manifestación de los colores. Y lo mismo se ve con el movimiento violento, que cesa al cesar la violencia de quien lo provoca. Ahora bien, así como Dios no sólo dio el ser a las cosas cuando comenzaron a existir, sino que también lo produce en ellas mientras existen, conservándolas en el ser, como se demostró (c. 65), del mismo modo no sólo les dio, al crearlas en un principio, las virtudes operativas, sino que también las causa constantemente en las cosas. Por eso, si cesara la influencia divina, cesaría toda operación. Luego toda operación se reduce a Él como a su causa.

Quien aplica la virtud activa para obrar se llama causa de tal acción, pues el artífice que aplica la virtud de una cosa natural a determinada acción se llama causa de tal acción, como el cocinero de la decocción, que procede del fuego. Pero toda aplicación de poder para una operación proviene primera y principalmente de Dios. Pues las virtudes operativas se aplican a las propias operaciones por algún movimiento del cuerpo o del alma. Y el primer principio de ambos movimientos es Dios, por sor el primer motor absolutamente inmóvil, como se demostró (. 1, c. 13). Igualmente, cualquier movimiento de la voluntad, por el que se aplican las facultades para obrar, se reduce a Dios como a quien primero apetece y quiere. Por lo tanto, toda operación debe atribuirse a Dios como a su primer y principal agente.

En todas las causas agentes ordenadas siempre es preciso que las causas secundarias obren en virtud de la causa primera, así como en las cosas naturales obran los cuerpos inferiores por virtud de los cuerpos celestes; y en las cosas voluntarias, todos los artífices inferiores obran según el mandato del supremo maestro de obras. En el orden le causas agentes, Dios es la causa primera, como se demostró en el libro primero (l. c.). Así, pues, todas las causas agentes inferiores obran por virtud de Dios. Pero la causa de la acción es más bien de aquel por cuya virtud se obra que del otro que realiza, como el agente principal es más que su instrumento. Según esto, más causa es Dios de cualquier acción que incluso las causas agentes secundarias.

Todo el que obra se ordena por su propia operación al último fin, pues es preciso que el fin sea o la propia operación o lo realizado, que es el efecto de la operación. El ordenar las cosas al fin es propio de Dios, según se manifestó antes (c. 64). Es, pues, preciso afirmar que todo agente obra por virtud divina. Luego Dios es causa de las acciones de todas las cosas.

De aquí viene lo que dice Isaías: “Todas nuestras obras las has realizado en nosotros. Señor”; y San Juan: “Sin mí, nada podéis hacer”; y a los Filipenses: “Dios es quien causa en nosotros el querer y el obrar, según su beneplácito”. Y por esta razón, en las Escrituras se atribuyen con frecuencia a la acción de Dios los efectos de la naturaleza, porque Él es quien actúa en todo aquel que obra natural o voluntariamente, según aquello de Job: “)No me exprimiste como leche y me cuajaste como queso? Me revestiste de piel y de carne, y con huesos y músculos me consolidaste”; y en el salmo: “Tronó Yavé desde los cielos, el Altísimo hizo sonar su voz, granizo y carbones incandescentes”.

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