CAPÍTULO LXV
Dios conserva las cosas en el ser
Del hecho de que Dios rige las cosas con su providencia se sigue que las conserve en el ser.
Al gobierno de las cosas pertenece todo cuanto les sirve para conseguir su fin, pues se dice que son regidas y gobernadas cuando se ordenan al fin. Pero al fin último intentado por Dios, o sea, la bondad divina, se ordenan las cosas no sólo porque obran sino también porque existen; pues, existiendo, llevan en si la señal de la divina bondad, que es el fin de todo, como ya se probó (c. 19). Luego a la divina providencia pertenece el conservar las cosas en su ser.
Es preciso identificar la causa de una cosa con la de su conservación, porque la conservación no es más que una prolongación del ser. Se probó anteriormente (l. 2, c. 23 ss.) que Dios es por su entendimiento y voluntad la causa de la existencia de todas las cosas. Luego Dios conserva todas las cosas en el ser por su entendimiento y voluntad.
Ningún agente particular unívoco puede ser la causa absoluta de la especie; este hombre, por ejemplo, no puede ser causa de la especie humana, pues en este caso sería causa de todo hombre, y por lo tanto de sí mismo, que es cosa imposible. Hablando con propiedad, este hombre es causa de aquel otro. Y este hombre existe porque la naturaleza humana está en esta materia, la cual es principio de individuación. Luego este hombre no es causa del hombre sine en cuanto que es causa de que la forma humana se realice en esta materia, que es ser principio de la generación de aquel hombre. Se ve, pues, que ni este hombre ni ningún otro agente unívoco natural puede ser causa sino de la generación de esto o de aquello. Sin embargo, es preciso que la especie humana tenga una causa agente absoluta, como lo demuestra su composición e incluso la disposición de sus partes, que siempre permanece igual de no ser impedida accidentalmente. Y esta misma razón vale para todas las otras especies de cosas naturales. Ahora bien, dicha causa, mediata o inmediata, es Dios, pues demostramos ya (l. 1, c.13; l. 2. c. 15) que Dios es la causa primera de todas las cosas. Es, pues, preciso que sea Él con respecto a las especies de las cosas como lo que es el engendrador con respecto a la generación, de la cual es causa propia. Mas la generación cesa cuando cesa la operación del engendrador. Luego también cesarían todas las especies de cosas si cesara la operación divina. Según esto, Dios conserva las cosas en el ser con su operación.
Aunque se dé el movimiento en un existente, no obstante, el movimiento es algo aparte del ser. Pero ningún ser corpóreo es causa de algo sino en cuanto que se mueve, como lo prueba Aristóteles. Luego ningún cuerno es causa del ser de una cesa, considerado el ser como tal, sino que es causa de su movimiento hacia el ser, que es el hacerse. Ahora bien, el ser de una cosa cualquiera es participado, porque, fuera de Dios, ninguna cosa es su propio ser, según se demostró (libro 1, c. 22: l. 2, c. 15). Así, pues, es preciso que Dios, que es su propio ser, sea la causa primera y por sí de todo ser. Luego la operación divina es con respecto al ser de las cosas como la moción del cuerpo que mueve al hacerse y al moverse de las cosas hechas y movidas. Mas es imposible que, cesando la moción del que mueve, continúe el hacerse y el moverse de una cosa cualquiera. También es, pues, imposible que permanezca el ser de una cosa si no es por la operación divina.
Así como una obra artificial presupone la obra de la naturaleza, del mismo modo la obra de la naturaleza presupone la de Dios creador; pues la materia de lo artificial procede de la naturaleza, mas la de las cosas naturales procede de Dios por creación. Pero las cosas artificiales se conservan por virtud de las naturales, como la casa por la solidez de las piedras. Luego ninguna cosa natural se conserva en el ser si no es por virtud divina.
La impresión del agente no permanece en el efecto, al cesar la acción del agente, de no haberse convertido en la naturaleza del efecto. Por ejemplo, los seres engendrados conservan después de la generación hasta el fin sus formas y propiedades, porque se les convierten en naturales. Igualmente, los hábitos son difícilmente movibles, porque se convierten en algo natural; sin embargo, las disposiciones y pasiones, sean corporales o animales, permanecen algún tiempo después de la acción del agente, pero no siempre, porque sólo son como preparación para lo natural Por otra parte, lo perteneciente a la naturaleza de un género superior nunca permanece después de la acción del agente; por ejemplo, la luz no permanece en un cuerpo diáfano cuando desaparece quien ilumina. Ahora bien, la existencia de una cosa creada no es ni su naturaleza ni su esencia, lo cual es exclusivo de Dios, según se demostró en el libro primero (c. 22). Luego, cesando la operación divina, ninguna cosa puede permanecer en la existencia.
Hay dos opiniones acerca del origen de las cosas: una de fe, que sostiene que las cosas han sido producidas en el ser por Dios; y otra de algunos filósofos, quienes opinan que las cosas fluyen eternamente de Dios (cf. 1. 2, c. 31 ss.). Según ambas posiciones, es menester afirmar que las cosas se conservan en la existencia por Dios. Pues si Dios ha producido las cosas en el ser después que no existían, es preciso que el ser de las mismas sea el resultado de la divina voluntad, igualmente que su no existencia; pues permitió, cuando quiso, que no existieran y les dio el ser cuando le plugo. Luego en tanto existen en cuanto Él lo quiere. Su voluntad es, pues, la conservadora de las cosas. -Por otra parte, si las cosas fluyeron eternamente de Dios, no es posible señalar un instante o un tiempo en que fluyeran de Dios por primera vez. Y tenemos que o nunca fueron producidas por Dios o su ser procede de continuo de Dios mientras existen. Luego también las conserva en el ser por su operación.
De aquí viene lo que se dice a los Hebreos: “Quien con su poderosa palabra sustenta todas las cosas”. -Y San Agustín, en el IV “Sobre el Génesis”: “El poder del Creador y la virtud del omnipotente y conservador de todo es causa de la subsistencia de toda criatura. Y si esta virtud cesara alguna vez de regir lo creado, cesarían las especies de las cosas y se destruirían sus naturalezas. Porque aquí no pasa como cuando uno levanta la fábrica de una casa, que, en cesando y marchándose, per la obra en pie; pues si Dios retirara su gobierno, el mundo desaparecería en un abrir y cerrar de ojos”.
Y con esto se excluye la opinión de algunos predicadores mahometanos, quienes, para poder sostener que el mundo precisa de la conservación divina, dijeron que todas las formas son accidentes y que ningún accidente dura ni dos instantes, de manera que la formación de las cosas sería un continuo “fieri”, como si una cosa sólo requiriese la causa agente cuando está haciéndose. Por este motivo se dice que algunos de ellos sostienen que los cuerpos indivisibles, que son, según afirman, los componentes de todas las substancias y que, a su parecer, son los únicos que tienen consistencia, podrían permanecer algún tiempo, dado el caso de que Dios retirara su gobierno del mundo. -Y aun hay otros, entre ellos, que dicen que una cosa no dejaría de existir si Dios no produjera en ella un accidente de desintegración. -Todo lo cual, como se ve, es absurdo.
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