CAPÍTULO LXIX: Sobre la opinión de aquellos que privan a las cosas naturales de sus propias acciones

CAPÍTULO LXIX

Sobre la opinión de aquellos que privan a las cosas naturales de sus propias acciones

De aquí tomaron algunos ocasión de errar, pensando que ninguna criatura tiene acción alguna en la producción de los efectos naturales, o sea, de modo que el fuego no calentaría, sino que Dios producirá el calor a presencia del fuego; y esto mismo sucedería con los demás efectos naturales.

Y se empeñaron en establecer este error con razones, demostrando que no se podía dar ninguna forma, substancial o accidental, sino por vía de creación. Porque las formas y los accidentes no pueden hacerse de materia, ya que ésta no entra en su composición. Por eso, si se hacen, es preciso que se hagan de la nada, que es ser creadas. Y como la creación es un acto exclusivo de Dios, según se demostró en el libro segundo (capítulo 21), parece seguirse que en la naturaleza únicamente Dios produce las formas, tanto substanciales como accidentales.

La opinión de algunos filósofos está en parte de acuerdo con esta sentencia. Pues como todo lo que no es por sí vernos que se deriva de aquello que lo es, parece que las formas de las cosas que no son existentes de por sí y que existen en la materia provengan de las formas que están sin materia y son por sí existentes; como si las que existen en la materia fueran ciertas participaciones de aquellas formas que están sin materia. Y por esto Platón afirmó que las especies de las cosas sensibles eran ciertas formas separadas, que son causa de la existencia de tales cosas sensibles, que las participan.

Avicena, sin embargo, afirmó que todas las formas substanciales fluían de una inteligencia agente. Y que las formas accidentales son disposiciones de la materia, que provienen de la acción de los agentes inferiores al disponer la materia. Con lo cual se apartó del absurdo anterior.

Y una prueba de ello parecía ser el hecho de que ninguna virtud activa hay en estos cuerpos como no sea la forma accidental, como las cualidades activas y pasivas, que, al parecer, no son suficientes para producir formas substanciales.

Además, en estos seres inferiores hay algunos que no son engendrados por sus semejantes, como los animales engendrados de la putrefacción. Por eso parece que sus formas han de proceder de principios más altos. Y por igual razón otras formas, algunas de las cuales son mucho más nobles.

Otros, sin embargo, se fundan para probar esto en la debilidad que tienen los cuerpos naturales para obrar. Pues toda forma de un cuerpo está unida a la cantidad. Y la cantidad impide la acción y el movimiento. Y dan como prueba que cuanta más cantidad se le añade a un cuerpo, tanto más pesado se vuelve y más tardo es su movimiento. Y de esto deducen que ningún cuerpo es activo, sino solamente pasivo.

Y se empeñan en demostrarlo también por la razón de que todo paciente está sujeto al agente; y todo agente creador, exceptuado el primero, requiere un sujeto inferior a él. Pero no hay substancia inferior a la corporal. Parece, pues, que ningún cuerno es activo.

Y añaden también que la substancia corporal es la más distante del agente primero, pareciéndoles por esto que la virtud activa no llega hasta la substancia corporal; y como Dios es solamente agente, así la substancia corporal, porque es lo ínfimo entre alas cosas, ha de ser solamente pasiva.

Según estas razones, afirma Avicebrón en el libro “De la fuente de la vida” que ningún cuerpo es activo, y que la virtud de la substancia espiritual, pasando a través de los cuerpos, realiza las acciones que los cuerpos parecen realizar.

Se dice también que oradores de la ley de los moros aducen como razón que incluso los accidentes tampoco son producidos por la acción de los cuerpos, porque el accidente no pasa de un sujeto a otro. Y así consideran imposible que el calor pase de un cuerpo cálido a otro calentado por él, atribuyendo a Dios la creación de tales accidentes.

De todas las afirmaciones expuestas se siguen muchos inconvenientes. Pues si ninguna causa inferior, principalmente la corporal, produce algo, sino que únicamente Dios obra en todas las cosas, y, par otra parte, Dios no varía al obrar en diversas cosas, no se sigue la diversidad de efectos de la diversidad de las cosas en que Dios obra. Y se ve que esto es falso experimentalmente, pues de la aplicación de lo cálido no se sigue la refrigeración, sino solamente la calefacción; y del semen humano síguese únicamente la generación de un hambre. Luego esta causalidad de los efectos inferiores no se ha de atribuir a la virtud divina de manera que los agentes inferiores queden privados de ella.

Es contra el concepto de sabiduría que haya algo en vano en las obras del sabio. Pero si las cosas creadas no obraran para producir de alguna manera sus efectos, sino que únicamente Dios lo realizara todo inmediatamente, en vano habría El destinado a las otras cosas para producir efectos. Tal opinión es, pues, contra la sabiduría divina.

Quien da a un ser lo principal le da, en consecuencia, todo lo que de él se deriva; por ejemplo, la causa que da la gravedad al cuerpo elemental le da también el movimiento hacia abajo. Ahora bien, el dar actualidad a alguna cosa se deriva del estar en acto, como vemos en Dios; pues Él es acto puro y es también la causa primera de la existencia de todos, como se demostró (l. 2, c. 15). Si, pues, comunicó a los otros su semejanza en cuanto al ser, al dar existencia a las cosas, resulta que habría de comunicarles su semejanza en cuanto al obrar, de modo que las cosas creadas tuvieran también sus propias operaciones.

La perfección del efecto demuestra la de su causa, pues una virtud más grande produce un efecto más perfecto. Dios es agente perfectísimo. Luego es preciso que las cosas que creó reciban de Él su perfección. Rebajar la perfección de la criatura es rebajar a la vez la perfección de la virtud divina. Mas, si ninguna criatura tiene acción alguna para producir un efecto, se rebaja en demasía su perfección, pues es característico que de la abundancia de su perfección pueda uno comunicársela a otro. Por lo tanto, tal opinión rebaja la virtud divina.

Así como es propio del bien hacer lo bueno, así también es propio del sumo bien hacer algo óptimo. Dios es el sumo bien, según se demostró en el libro primero (c. 41). Luego a Él pertenece hacer todo óptimamente. Pero lo mejor es que un bien concedido a uno sea común a muchos y no sólo propio, porque “el bien común es siempre más excelente que el bien de uno solo”. Y el bien de uno se hace común a muchos por derivación, que solamente se da cuando el que lo posee lo difunde a dos otros por su propia acción; pero, si no tiene poder para difundirlo, permanece de su propiedad exclusiva. Ahora bien, Dios comunicó a las cosas creadas su bondad de manera que una de ellas pudiese transfundir a otra lo que recibió. Quitar, por lo tanto, sus propias acciones a las cosas es derogar la bondad divina.

Suprimir el orden a las cosas creadas es quitarles lo mejor que tienen; pues cada una de ellas es en sí misma buena, pero todas juntas son óptimas por razón del orden universal, pues el todo siempre es mejor que las partes y su propio fin. Y si se priva a las cosas de sus acciones, se suprime el orden que hay entre ellas, pues las cosas que son de diversa naturaleza no se enlazan en la unidad del orden si no es porque unas son agentes y otras pacientes. Luego no conviene decir que las cosas no tienen acciones propias.

Si los efectos no son producidos por las acciones de las cosas creadas, sino únicamente por la acción divina, es imposible que el efecto manifieste la virtud de cualquier causa creada, porque el efecto solamente manifiesta la virtud de la causa por razón de la acción que, procediendo de la virtud, termina en él. Y no se conoce la naturaleza de la causa por el efecto sino al conocer por él su virtud, que se deriva de la naturaleza. Si, pues, las cosas creadas no tienen acciones para producir efectos, resultaría que nunca se podría conocer la naturaleza de una cosa creada por su efecto. Y así nos quedamos sin el conocimiento científico natural, cuyas demostraciones se toman principalmente de los efectos.

Vemos por inducción que todo semejante produce un semejante. Mas en las cosas inferiores lo engendrado no es sólo la forma, sino el compuesto de materia y forma, porque toda generación parte de algo, es decir, de la materia, y termina en algo, o sea, la forma. Es, pues, preciso que el que engendra no sea forma solamente, sino compuesto de materia y forma. Luego ni las especies separadas de las cosas, como dijeron los platónicos, ni la inteligencia agente, como afirmó Avicena, son la causa de las formas que están en la materia, sino más bien el compuesto de materia y forma.

Si el obrar sigue al ser en acto, no es conveniente que se prive de su acción a un acto más perfecto. Ahora bien, la forma substancial es un acto más perfecto que la accidental. Según esto, si las formas accidentales existentes en las cosas corporales tienen acciones propias, con mayor emotivo deberá tener la forma substancial su propia acción. Pero ésta no es el disponer la materia, porque para esto basta con la alteración que realizan las formas accidentales. Por lo tanto, la forma substancial del que engendra es el principio de la acción que se requiere para que la forma substancial sea introducida en el engendrado.

Y es fácil resolver las razones que aducen. Como la razón para hacer una cosa es su existencia, así como la forma no se llama ente porque tenga el ser ella misma, sino porque el compuesto existe por ella, así también tampoco la forma es hecha propiamente, sino que comienza a existir cuando el compuesto es reducido de la potencia al acto, el cual es la forma.

Tampoco es preciso que todo lo que tiene una forma como participada la reciba inmediatamente de aquel que es esencialmente forma, sino inmediatamente de aquel que tiene una forma semejante e igualmente participada, el cual obre, no obstante, en virtud de aquella forma separada, si es que existe tal. De este modo produce el agente un efecto semejante a sí.

Igualmente, tampoco es preciso que, porque toda acción de los cuerpos inferiores se realice por las cualidades activas y pasivas, que son accidentes, el resultado de su acción sea sólo un accidente. Porque dichas formas accidentales, así como son producidas por la forma substancial, que juntamente con la materia es la causa de todos los accidentes propios, así también obran en virtud de la forma substancial. Y lo que obra por virtud de otro produce un efecto no sólo semejante a sí, sino más bien a aquel por cuya virtud obra; por ejemplo, por la acción del instrumento la obra reproduce la semejanza de la forma artística. De esto resulta que por la acción de las formas accidentales son producidas formas substanciales, en cuanto que aquéllas obran instrumentalmente, en virtud de formas substanciales.

Y en los animales que nacen de la putrefacción, la forma substancial es producida por un agente corporal, o sea, por el cuerpo celeste, que es el primero en alterar, por donde es preciso que todos los que disponen a la forma en estos seres inferiores obren en virtud de aquél. Según esto, para producir algunas formas imperfectas no hace falta un agente unívoco, bastando la virtud celeste. Pero para producir formas más perfectas, como son las almas de los animales perfectos, se requiere, juntamente con el agente celeste, un agente unívoco, pues tales animales precisan el semen para su generación. Con este motivo dice Aristóteles, en el II de los AFísicos”, que “el sol y el hombre engendran al hombre”.

Y no es verdadero que la cantidad impida la acción de la forma, a no ser accidentalmente, o sea, en cuanto que toda cantidad continua está en la materia; y la forma que existe en la materia, como está menos actualizada, tiene, en consecuencia, menos virtud para obrar. Por eso el cuerpo que tiene poca materia y mucha forma, es decir, el fuego, es más activo. Ahora bien, dado el modo de la acción que puede tener la forma que existe en la materia, a cantidad más aumenta la acción que la disminuye. Pues cuanto mayor fuere un cuerpo cálido, suponiéndole una equivalente intensidad de calor, tanto más calentará; y supuestas una gravedad de poder equivalente, cuanto más grande sea el cuerpo pesado, tanto más velozmente se moverá con movimiento natural; y de esto resulta que con movimiento no natural se moverá más lentamente. Luego el que los cuerpos pesados, al ser movidos con movimiento no natural, sean más lentos cuanto mayor es su cantidad, no demuestra que la cantidad impida la acción, sino más bien que ayuda a aumentarla.

Tampoco es preciso que todo cuerpo carezca de acción por razón de que en el orden de cosas sea la substancia corporal la última de su propio género. Porque, incluso entre los cuerpos, uno es superior a otro, con forma más excelente y más activa, como lo es el fuego respecto a los cuerpos inferiores. Y, a pesar de todo, el último de los cuerpos tampoco está excluido de obrar. Pues está demostrado que el cuerpo no puede actualizarse totalmente, porque está compuesto de materia, que es ente en potencia, y de forma, que es el acto; y cada cual obra conforme a como está en acto. Y por esto todo cuerpo obra según su forma, a la cual se compara otro cuerpo, a saber, el paciente, por razón de su materia como sujeto, en cuanto que su materia está en potencia para la forma del agente. Y si, por el contrario, la materia del cuerpo agente está en potencia respecto de la forma del cuerpo agente, ambos serán simultáneamente agentes y pacientes, como sucede con dos cuerpos elementales. Si esto no, entonces habrá un solo agente y un solo paciente respectivo, como en el caso del cuerpo celeste y del cuerpo elemental. Así, pues, el cuerpo agente obra en el sujeto no por razón de todo el cuerpo, sino por la forma, mediante la cual actúa.

Tampoco es verdad que los cuerpos sean lo más alejado de Dios. Siendo Dios acto puro, en atención a esto, unas cosas están más o menos lejos de Él, según que están más o menos en acto o en potencia. Por lo tanto, entre los seres, lo más distante de Dios es la pura potencia, es decir, da materia prima. Por eso su característica es la pasividad y no la operación. Pero los cuerpos, como están compuestos de materia y forma, se aproximan a la divina semejanza porque atienen forma, que, según Aristóteles en el I de los “Físicos”, es “algo divino”. Y, según esto, son agentes porque tienen forma, y pacientes, porque tienen materia.

Y es ridículo decir que el cuerpo no obra porque el accidente no pasa de un sujeto a otro. Pues no se ha de entender, al decir que el cuerpo cálido calienta, que el calor numéricamente idéntico que está en el que calienta pase al cuerpo calentado, sino que por virtud del cuerpo que calienta se hace otro calor numéricamente distinto en el cuerpo calentado, el cual estaba antes en él en potencia. Pues un agente natural no traspasa su propia forma a otro sujeto, sino que reduce al sujeto paciente de la potencia al acto.

Luego, aunque todos los efectos de las cosas creadas los atribuyamos a Dios como que opera en todas ellas, no por eso les quitamos sus propias accionas.

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