CAPÍTULO LXIV: Dios gobierna las cosas con su providencia

CAPÍTULO LXIV

Dios gobierna las cosas con su providencia

Todo lo que llevamos dicho demuestra suficientemente que Dios es el fin de todas las cosas. Y de esto podemos deducir, además, que El mismo gobierna o rige el universo.

Siempre que algunas cosas están ordenadas a un fin, todas están sujetas a las disposiciones de aquel a quien principalmente pertenece tal fin, como vemos en el ejército: todos sus componentes, como todas sus operaciones, están ordenados al bien del jefe, que es la victoria, como a su último fin; y por esta razón le corresponde al jefe el gobernar todo el ejército. Paralelamente, el arte que Mira directamente el fin manda y da leyes al arte que versa sobre los medios; por ejemplo, la civil a la militar, ésta a la caballería, y la de navegar a la ingeniería naval. Luego, como todas las cosas están ordenadas a la bondad divina como a su fin, según se demostró (c. 7), es preciso que Dios, a quien tal bondad principalmente pertenece, puesto que substancialmente la tiene, la entiende y la ama, sea el gobernador de todas las cosas.

Quien hace una cosa para un fin, sírvese de ella para tal finalidad. Anteriormente se demostró que todo cuanto existe, sea lo que fuere, es efecto de Dios (l. 2. c. 15), y que Dios hace todo por el fin, que es El mismo (l. 1, c. 75). Luego El se sirve de todas las cosas dirigiéndolas al fin. Y como esto es gobernar, síguese que Dios es por su providencia el gobernador del universo.

Se demostró (l. 1, c. 13) que Dios es el primer motor no movido. Mas el primer motor no mueve menos que los motores secundarios, sino más, pues por él mueven todos los demás. Pero todo lo que se mueve se mueve por un fin, según se probó (c. 2). Luego Dios mueve todo a sus propios fines. Y muévelo con su entendimiento, pues hemos demostrado (l. 1. c. 81; 1. 2. c. 23 ss.) que no obra por necesidad natural, sino con inteligencia y voluntad. Ahora bien, gobernar y regir no es otra cosa que “mover las cosas hacia su fin intelectualmente”. En consecuencia, Dios gobierna y rige con su providencia cuanto se mueve hacia el fin, ya se mueva corporalmente o ya espiritualmente, tal como se dice que quien desea es movido por el deseado.

Quedó probada (c. 3) que los cuerpos naturales se mueven y obran por un fin, aunque no lo conozcan, porque vemos que en ellos se da siempre o frecuentemente lo mejor: cosa que no harían si obraran artificialmente. Pero es imposible que haya cosas que obren por un fin sin conocerlo y lleguen ordenadamente a él si no son movidas por quien lo conozca, como es dirigida al blanco la saeta por el arquero. Luego es preciso que toda operación de la naturaleza esté ordenada por algún conocimiento. Y esto, en realidad, se ha de atribuir a Dios mediata o inmediatamente, pues es preciso que tanto el arte como el conocimiento inferior reciba los principios de su superior, como se ve en las ciencias especulativas y prácticas. Por lo tanto. Dios gobierna el mundo con su providencia.

Las cosas que son distintas por naturaleza, si no se resuelven en la unidad por un ordenador, no pueden convenir en un solo orden. Mas, dentro de la universalidad de las cosas, las hay que tienen naturalezas distintas y contrarias, conviniendo, no obstante, en un solo orden, pues unas se valen de las operaciones de las otras y algunas son ayudadas o regidas por las otras. Es preciso, pues, que haya un solo ordenador y gobernador universal.

No puede asignarse la necesidad natural como causa exclusiva de cuanto observamos en los movimientos de los cuerpos celestes, pues entre ellos se dan muchos movimientos completamente diferentes. Luego es preciso que haya una providencia ordenadora de tales movimientos y, en consecuencia, de todos los movimientos y operaciones inferiores que obedecen a su influencia.

Cuanto más cercana está una cosa a su causa, tanto más participa de su efecto. Por eso, si algo es tanto más perfectamente participado par algunos cuanto más próximos se encuentran de una cosa determinada, es prueba de que tal cosa es la causa de aquello que se participa de diversas maneras; por ejemplo, si unas cosas son más cálidas porque están más próximas al fuego, es señal de que el fuego es causa de calor. Mas se da el caso de que algunas cosas están más ordenadas porque se encuentran más cerca de Dios; pues en los cuerpos inferiores, que son los más alejados de Dios por diversidad de naturaleza, vemos que algunas veces fallan en su curso natural, como ocurre con los monstruos y otros casos fortuitos; cosa que jamás sucede en los cuerpos celestes, a pesar de que son mudables en cierto sentido, y tampoco en las substancias intelectuales separadas. Esto, pues, demuestra que Dios es la causa del orden universal de las cosas. Luego es por su providencia el gobernador del universo.

Hemos probado antes (cf. supra) que Dios ha dado el ser a todas las cosas no por necesidad natural, sino por su entendimiento y voluntad. Pero el fin último de su entendimiento y voluntad no puede ser otro que su bondad, o sea, el comunicarla a las cosas, como consta por lo dicho (libro 1, c. 75 ss.). Sin embargo, las cosas participan de la bondad divina a modo de semejanza, en cuanto que son buenas. Ahora bien, en las cosas causadas, el bien por excelencia es el del orden universal, que es el más perfecto, como dice Aristóteles, en consonancia también con la Sagrada Escritura, que dice en el Génesis: “Y vio Dios todo cuanto hizo, y era bueno sobremanera”, mientras que de cada cosa en particular dice simplemente que “era buena”. Por lo tanto, el bien del orden de las cosas producidas por Dios es lo que El mismo quiso e hizo principalmente. Pero gobernar no es otra cosa que imponer el orden a las cosas. Luego Dios todo lo gobierna con su entendimiento y voluntad.

Cualquiera que persigue un fin pone un cuidado especial en lo que está más próximo al fin último, porque ello es, a la vez, el fin de otras cosas. El fin último de la divina voluntad es su propia bondad, y el más próximo a él en las cosas creadas es el bien del orden de todo el universo, pues a él se ordena, como a un fin, el bien particular de cada ser, como lo menos perfecto se ordena a lo más perfecto, que es el motivo por el cual una parte cualquiera está supeditada al todo. Así, pues, lo que más cuida Dios en las cosas es el orden universal. Por lo tanto, es gobernador universal.

Cualquier cosa creada alcanza su última perfección por su operación propia, pues es preciso que el fin último o perfección de una cosa sea o la propia operación o también el término o efecto de la misma; no obstante, la forma, que le da el ser, es la perfección primera, como se ve en el II “Del alma”. Pero el orden de las cosas causadas, respecto a la distinción de naturalezas y jerarquías de las mismas, procede de la Sabiduría divina, como se demostró en el libro segundo (c. 45). Luego también procede de ella el orden de operaciones mediante las cuales se acercan más al último fin. Ahora bien, el ordenar las operaciones de algunas cosas a un fin es gobernarlas. Dios es, pues, quien rige y gobierna las cosas por la providencia de su sabiduría.

De aquí viene que la Sagrada Es tritura confiese a Dios como Señor y Rey, según el dicho del salmo: “Dios mismo es el Señor”, y, además, “Rey de toda la tierra es Dios”; y propio del poder del Señor y del rey es regir y gobernar a los súbditos. Por eso también la Sagrada Escritura atribuye al orden divino el curso de las cosas: “Quien manda al sol y no sale, y guarda bajo sello las estrellas”; y en el salmo: “Púsole una ley y no la traspasará”.

Y con esto se rechaza el error de los antiguos naturalistas, quienes decían que todo proviene por necesidad de la materia, resultando de esto que todo sucedería casualmente al margen de todo orden providencial.

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