CAPÍTULO LXIII: Solución de las dificultades anteriores, y en primer lugar las referentes a la conversión del pan en el cuerpo de Cristo

CAPÍTULO LXIII

Solución de las dificultades anteriores, y en primer lugar las referentes a la conversión del pan en el cuerpo de Cristo

Y aunque el poder divino obre en este sacramento de una manera más sublime y oculta de la que el hombre pudiera descubrir, sin embargo, para que no parezca imposible a los infieles la doctrina de la Iglesia sobre este sacramento, hay que esforzarse de modo que cualquier imposibilidad que se presente sea excluida.

Y lo primero que se ocurre es el considerar de qué modo comienza a estar en este sacramento el verdadero cuerpo de Cristo (cf. c. precedente 1., dif.).

Mas es imposible que esto se realice por movimiento local del cuerpo de Cristo. Porque se seguiría, o que dejara de estar en el cielo cuando se celebra este sacramento, o que no se podría celebrar el sacramento sino en un solo lugar, pues el movimiento local acaba indiscutiblemente en un solo término. Además, porque el movimiento local no puede ser instantáneo, pues necesita tiempo. La consagración, sin embargo, se realiza en el último instante de a pronunciación de las palabras.

Resta, pues, decir que el verdadero cuerpo de Cristo comienza a estar en este sacramento cuando la substancia del pan se convierte en la substancia del cuerpo de Cristo, y la substancia del vino en la substancia de su sangre.

Y por esto se ve que son falsas las opiniones de quienes afirman que la substancia del pan existe simultáneamente con la substancia del cuerpo de Cristo en este sacramento, y también la de quienes sostienen que a substancia del pan se aniquila o se resuelve en la materia prima. Porque el resultado de ambas es que el cuerpo de Cristo no puede comenzar a estar en este sacramento si no es por movimiento local; lo que es imposible, como se ha demostrado. Además, si a substancia del pan está simultáneamente con el verdadero cuerpo de Cristo en este sacramento, Cristo debió decir más bien: “Este es mi cuerpo”, que “Esto es mi cuerpo”, porque el término “este” manifiesta la substancia que se ve, que es realmente la substancia de pan, supuesto que permanezca en este sacramento con el cuerpo de Cristo. De la misma manera, también parece imposible que la substancia de pan se aniquile por completo, pues una gran parte de la naturaleza corpórea creada en un principio habría vuelto a la nada a causa de la frecuente celebración de este misterio. Tampoco parece decoroso que sea aniquilado algo por virtud divina en el sacramento de la salvación. Ni es posible que la substancia de pan se resuelva en la materia prima, pues la materia prima sin la forma carece de existencia actual. A no ser que por “materia prima” se entiendan los primeros elementos corpóreos. Si en éstos ciertamente se resolviese la substancia del pan, sería necesario que nuestros sentidos se percataran de ello, porque los elementos corpóreos son sensibles. Y también habría allí transmutación local y alteración, que no pueden ser instantáneas.

Por otra parte, hemos de tener en cuenta que dicha conversión del pan en el cuerpo de Cristo se distingue de todas las demás conversiones naturales. Pues en cualquier conversión natural permanece el sujeto, en el cual se suceden las diversas formas ya accidentales, como cuando lo blanco se convierte en negro, ya substanciales, como cuando el aire se convierte en fuego; por esto se llaman “conversiones formales”. Pero en la conversión mencionada el sujeto se cambia en otro, y permanecen los accidentes; por eso esta conversión se llama “substancial”. Ahora bien, de qué modo y por qué permanecen esos accidentes, lo averiguaremos más adelante (c. 65).

De momento es preciso considerar cómo un sujeto se convierta en otro. Cosa, ciertamente, que la naturaleza no puede hacer. Pues toda operación de la naturaleza presupone materia, mediante la cual se individualiza la substancia; por esto la naturaleza no puede hacer que esta substancia se haga aquélla, como tampoco que este dedo se haga aquel dedo. Pero la materia está sujeta al poder divino, pues de él recibe el ser. Luego el poder divino puede hacer que esta substancia individual se convierta en aquella que ya existía. Y así como por la virtud del agente natural, cuya operación se extiende solamente a la mutación de la forma y supone la existencia del sujeto, todo esto se convierte en todo aquello según la variación de la especie y de la forma -por ejemplo, este aire en este fuego engendrado-, así también por la virtud divina, que no presupone materia, sino que la produce, esta materia se convierte en aquélla y, en consecuencia, este individuo en aquél; porque la materia es principio de individuación, como la forma es principio de la especie.

Y esto manifiesta que en dicha conversión del pan en el cuerpo de Cristo no hay cierto sujeto común que permanece después de la conversión, ya que esta transmutación se hace tomando el primer sujeto, que es el principio de individuación. Sin embargo, es preciso que algo permanezca para que sea verdad lo que se dice: “Esto es mi cuerpo”, palabras que en realidad son las que significan y hacen esta conversión. Y como ni la substancia del pan ni otra materia anterior permanecen, como ya se demostró, es, pues, necesario decir que permanezca lo que está fuera de la substancia del pan. Y tal cosa es el accidente de pan. Luego permanecen los accidentes de pan aun después de dicha conversión.

Mas entre los accidentes se ha de observar un cierto orden. Porque, entre ellos, el más próximo en la unión con la substancia es la cantidad dimensiva; después, las cualidades que se reciben en la substancia mediante la cantidad; por ejemplo, el color mediante la superficie; por eso, al dividirse la cantidad, divídense también, accidentalmente, las cualidades. Y después de las cualidades están los principios de acción y de pasión, y los principios de ciertas relaciones, como son el padre y el hijo, el señor y el siervo y otros semejantes. En cambio, otras relaciones siguen inmediatamente a la cantidad, como lo más y lo menos, el doble y la mitad y otras semejantes. Así, pues, los accidentes de pan, después de dicha conversión, se ha de afirmar que permanecen, de modo que sólo la cantidad dimensiva subsiste sin sujeto, y en ella se fundan las cualidades como en el sujeto, y por consiguiente las acciones y pasiones, como también las relaciones. Luego sucede en esta conversión lo contrario a lo que suele ocurrir en las mutaciones naturales, en las cuales permanece la substancia como sujeto de la mutación, mientras los accidentes varían; y aquí, contrariamente, permanece el accidente y cambia la substancia.

Y esta conversión no puede llamarse con propiedad “movimiento”, en el sentido dado por los filósofos naturales, o sea, que requiere sujeto; sino que es una cierta “sucesión substancial”, tal cual en la creación se da la sucesión del no‑ser al ser, como dijimos en el libro segundo (capítulos 18, 19).

Esta es, pues, una razón por la que conviene que permanezca el accidente de pan: para que se halle algo que permanece en dicha conversión.

Además, es necesario también por otro motivo. Porque, si la substancia del pan se convirtiera en el cuerpo de Cristo y los accidentes de pan desaparecieran, no se seguiría de tal conversión que el cuerpo de Cristo estuviese substancialmente donde antes estuvo la substancia de pan, pues no habría modo de relacionar el cuerpo de Cristo con dicho lugar. Pero como la cantidad dimensiva del pan permanece después de la conversión y por ella le correspondía al pan este lugar, la substancia del pan cambiada en el cuerpo de Cristo se hace dicho cuerpo bajo la cantidad dimensiva de pan, y, por consiguiente, se le asigna en cierto modo el lugar del pan por medio, sin embargo, de las dimensiones del pan.

Pueden señalarse también otros argumentos. Por razón de la fe, que es de cosas invisibles. Y en cuanto al mérito de la misma, que acerca de este sacramento es tanto mayor cuanto más invisiblemente obra el cuerpo de Cristo oculto bajo los accidentes de pan. Y por el uso más acomodado y decente de este sacramento; pues sería horrible para quienes lo reciben y abominable para quienes lo ven, si el cuerpo de Cristo se recibiese por los fieles en su propia especie. Por eso, bajo la especie del pan y del vino, que son para los hombres la comida y la bebida más corrientes, se da a comer el cuerpo de Cristo y a beber su sangre.

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