CAPÍTULO LXIII
De qué manera serán colmados todos los deseos del hombre en aquella felicidad terminal
Se ve, como consecuencia de lo dicho, que en aquella felicidad que proviene de la visión de Dios se satisface todo deseo humano, según dice el salmo: “Quien llena con sus bienes tu deseo”, y toda inquietud humana alcanza su término. Y esto lo podemos ver si discurrimos por partes:
Pues el hombre, como dotado de entendimiento, tiene cierto deseo de conocer la verdad; deseo que los hombres persiguen con su dedicación a la vida contemplativa, el cual se consumará indudablemente en aquella visión cuando, al contemplar la Verdad Primera, se le manifiesten a nuestro entendimiento cuantas cosas desea naturalmente saber, como consta por lo que dijimos (c. 59).
Además, el hombre, como ser racional, tiene también cierto deseo de ordenar las cosas inferiores; deseo que los hombres persiguen con su dedicación a la vida activa y civil. Y este deseo consiste principalmente en organizar la totalidad de la vida humana racionalmente, que es “vivir según la virtud”; pues el fin de la operación de toda persona virtuosa es el bien de la propia virtud, como es del fuerte el obrar con fortaleza. Y este deseo será entonces totalmente colmado, porque la razón, ilustrada con la divina luz, tendrá todo el vigor necesario para proceder siempre rectamente.
Como resultado de la vida civil hay ciertos bienes que el hombre precisa para proceder civilmente, como la excelencia de honor, que, cuando se apetece desordenadamente, convierte a los hombres en soberbios y ambiciosos. Mas por aquella visión los hombres serán sublimados, alcanzando la cumbre del honor, que consiste en cierta unión con Dios, como ya demostramos (c. 51). Por esto, así como Dios es el “Rey de los siglos”, así también los bienaventurados, unidos a Él, como se dice en el Apocalipsis, “reinarán con Cristo”.
También da lugar la vida civil a otra apetencia, que es la celebridad de la fama, cuyo desordenado apetito convierte a los hombres en ambiciosos de vanagloria. Mas por aquella visión los hombres alcanzarán celebridad, no según el sentir humano, que puede engañarse y engañar, sino según la infalible apreciación de Dios y de los bienaventurados. Por eso dicha felicidad se llama casi siempre en la Sagrada Escritura “gloria”, como dice el salmo: “Se alegrarán los santos en la gloria”.
Hay también otra cosa apetecible en la vida civil, o sea, las riquezas, cuyo amor y desordenado apetito convierte a los hombres en tacaños e injustos. Pero en aquella felicidad hay suficiencia de todo bien, porque los bienaventurados gozan de Aquel que encierra en sí la perfección de todos los bienes. Por esto se dice en la Sabiduría: “Juntamente con ella me posesioné de todos los bienes”. Y en el salmo: “Gloria y riquezas en su casa”.
Hay también en el hambre un tercer deseo, que tiene de común con los animales, que es el goce de placeres, que los hombres persiguen principalmente viviendo voluptuosamente; y este deseo, si es desordenado, los convierte en libertinos e incontinentes. Mas en aquella felicidad hay un placer perfectísimo, tanto más perfecto que el placer sensible -que incluso gozan los brutos-, cuanto el entendimiento supera al sentido; además, porque aquel bien en que nos gozaremos es mayor que todo bien sensible, y más íntimo, y de goce más durable; y también porque aquel deleite está más limpio de toda mezcla de tristeza y de todo cuidado de lo que nos pudiera molestar. Por eso se dice en el salmo: “Sácianse de la abundancia de tu casa y los abrevas en el torrente de tus delicias”.
Hay también un deseo natural, común a todas las cosas, que les hace desear su propia conservación, en cuanto es posible, el cual, si es desordenado, hace tímidos a los hombres y excesivamente preocupados en evitar todo esfuerzo. Mas este deseo será completamente aquietado cuando los bienaventurados alcancen la perfecta supervivencia, libres de todo mal, según aquello de Isaías y del Apocalipsis: “No padecerán hambre ni sed, calor ni viento solano que los aflija”.
Esto demuestra, pues, que las substancias intelectuales alcanzarán por la visión divina la verdadera felicidad, con a cual se aquietan totalmente los deseos y se consigue una colmada suficiencia de todos los bienes, que, según Aristóteles, es lo que se requiere para la felicidad. Por eso dice Boecio que “la bienaventuranza es un estado perfecto con la suma de todos los bienes”.
Lo único que se parece en esta vida a la felicidad última y perfecta es la vida de quienes se dedican a la contemplación de la verdad, en cuanto cabe en este mundo. Por esta razón, los filósofos que no pudieron alcanzar un conocimiento pleno de aquella última felicidad, hicieron consistir la verdadera felicidad del hombre en la contemplación de que somos capaces en este mundo. Por eso, incluso en la Sagrada Escritura, la vida más recomendada es la contemplativa, como afirma el Señor en San Lucas: “María escogió la mejor parte”, es decir, la contemplación de la verdad”, “que no se le quitará”. Pues la contemplación de la verdad comienza en esta vida y en la otra se consuma; sin embargo, la vida activa y la vida civil terminan acá.
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