CAPÍTULO LX: Dios es la verdad

CAPÍTULO LX

Dios es la verdad

En lo ya dicho se ve claro que el mismo Dios es la verdad. En efecto:

La verdad es una cierta perfección de la inteligencia o de la operación intelectual (c. prec.). Ahora bien, el entender de Dios es su substancia. Este entender, como quiera que es ser divino, es perfecto, no en virtud de una perfección añadida, sino por sí mismo, como ya se ha dicho del ser divino (c. 28). Queda, pues, probado que la substancia divina es la verdad misma.

La verdad es, según opinión del Filósofo, el bien del entendimiento. Ya se ha demostrado más arriba que Dios es su propia bondad (c. 38). Luego es también su propia verdad.

Nada se puede atribuir a Dios por participación, pues es su mismo ser, que nada participa. Pero la verdad está en Dios. Por lo tanto, si no se le atribuye por participación, se habrá de predicar de El esencialmente. Luego Dios es su propia verdad.

Aunque la verdad, propiamente hablando, no se halla en las cosas, sino en la mente, como dice el Filósofo (“Metaf.”, VI), sin embargo, una cosa se dice a veces verdadera en cuanto consigue propiamente el acto de su naturaleza propia. En este sentido dice Avicena en su “Metafísica” que la verdad de una cosa es la propiedad del ser que a cada una de las cosas ha sido determinado, en cuanto tal cosa está en condiciones de dar de sí misma una idea verdadera y en cuanto imita la razón propia que de sí existe en la mente divina. Pero Dios es su esencia. Luego, ya hablemos de la verdad del entendimiento, ya de la verdad de la cosa, Dios es su propia verdad.

Esta doctrina está confirmada por la autoridad del Señor, que dice de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

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