CAPÍTULO LV
Las substancias intelectuales son incorruptibles
De lo dicho se infiere claramente que toda substancia intelectual es incorruptible.
Toda corrupción es por separarse la forma de la materia; corrupción “simple”, por separación de la forma substanciad, y corrupción parcial, por separación de la forma accidental. Porque, mientras permanece la forma, permanece también la cosa, ya que por la forma hácese la substancia recipiente propio del ser. Pero donde no hay composición de forma y materia no puede haber separación de ambas, como tampoco corrupción. Como ya se demostró (capítulo 50) que ninguna substancia intelectual está compuesta de materia y forma, luego ninguna substancia intelectual es corruptible.
Lo que pertenece por sí a un ser, siempre, necesaria e inseparablemente, estará unido a él; por ejemplo, la redondez está en el círculo esencialmente y en la campana accidentalmente; por eso es posible que la campana deje de ser redonda, pero que el círculo no sea redondo es imposible. Mas ser “por sí” se deriva de la forma, porque “por sí” entendemos lo que es el ser “en cuanto tal”; y cada cual según tiene la forma tiene el ser. Luego las substancias que no son simples formas pueden ser privadas del ser en cuanto pierden la forma; así como la campana pierde la rotundidad al dejar de ser redonda. Sin embargo, las substancias que son simples formas nunca pueden ser privadas del ser, del mismo modo que, si una substancia fuera círculo, jamás dejaría de ser redonda. Quedó ya demostrado (c. 51) que las substancias intelectuales son simples formas subsistentes. Luego es imposible que dejen de ser. Por tanto, son incorruptibles.
En toda corrupción, excluido el acto, permanece la potencia, pues nada se corrompe hasta llegar a la nada absoluta, como nada se engendra de la nada absoluta. En las substancias intelectuales, como se dijo (c. 53), el acto es el ser y la substancia es como la potencia. Luego, si la substancia intelectual se corrompe, permanecerá después de su corrupción. Esto es radicalmente imposible. Luego toda substancia intelectual es incorruptible.
En todo cuanto se corrompe debe haber potencia para no ser, porque, si hay algo que carezca de potencia para no ser, en modo alguno será corruptible. En la substancia intelectual no hay potencia para no ser. Pues está claro, por lo ya dicho (capítulo 54), que la substancia completa es el recipiente propio del ser. Ahora bien, el recipiente propio de un acto de tal manera se compara, como potencia a dicho acto, que en modo alguno está en potencia para su contrario. Así, por ejemplo, el fuego de tal modo dice relación al calor, como la potencia al acto, que nunca estará en potencia con respecto al frío, Por donde se ve que ni en las substancias corruptibles hay en la substancia completa potencia para no ser si no es por razón de la materia. Pero en las substancias intelectuales no hay materia, porque son substancias completas simples. Luego en ellas no hay potencia para no ser y son, en consecuencia, incorruptibles.
En todo cuanto hay composición de potencia y acto, lo que ocupa el lugar de primera potencia, o de primer sujeto, es incorruptible; de ahí que incluso en las substancias corruptibles la materia prima sea incorruptible. Mas en las substancias intelectuales lo que ocupa el lugar de primera potencia y de primer sujeto es su propia substancia completa. Luego tal substancia es incorruptible. Porque en tanto una cosa es corruptible en cuanto su substancia se corrompe. Luego todas las naturalezas intelectuales son incorruptibles.
Todo lo que se corrompe, bien se corrompe “por sí” o bien accidentalmente. Las substancias intelectuales no pueden corromperse por sí, porque toda corrupción se origina por su contrario. En efecto, como el agente en tanto obra en cuanto esta en acto, obrando, terminará siempre en un ser actual. Por consiguiente, si en virtud de este ser actual se corrompe algo, cesando de estar en acto, es necesario que esto suceda por su reciproca contrariedad, “pues son contrarios los que mutuamente se repelen”. Y por esto, todo lo que se corrompe por sí o ha de tener contrario o de contrarios estar compuesto. Ni lo uno ni lo otro es aplicable a las substancias intelectuales. La razón es porque en el entendimiento las cosas que según su naturaleza son contrarias dejan de ser contrarias; por ejemplo, en el entendimiento, lo blanco y lo negro no son contrarios, pues no se repelen, antes bien, mejor se relacionan, ya que por la intelección de uno se entiende el otro. Luego las substancias intelectuales no son por sí corruptibles. E, igualmente, tampoco lo son accidentalmente. Pues de este modo se corrompen los accidentes y las formas no subsistentes. Demostróse ya anteriormente que las substancias intelectuales son subsistentes (c. 51). Por tanto, son absolutamente incorruptibles.
La corrupción es una mutación, la cual ha de ser el término de un movimiento, como ya se probó (“Fis.”, VI). Luego todo lo que se corrompe debe moverse. Y está demostrado (“Fis.”, VI) que todo lo que se mueve es cuerpo. En consecuencia, todo lo que se corrompe debe ser cuerpo, si se corrompe de por sí; o bien alguna forma o cualidad corporal dependiente del cuerpo, si se corrompe accidentalmente. Mas las substancias intelectuales ni son cuerpo ni cualidades o formas dependientes del cuerpo. Luego no se corrompen ni por sí ni accidentalmente. Son, por tanto, absolutamente incorruptibles.
Todo lo que se corrompe corrómpese porque padece algo, pues la corrupción implica cierta pasividad. Mas ninguna substancia intelectual puede padecer una alteración tal que la lance a la corrupción. “Pues padecer es un cierto recibir”. Ahora bien, lo que es recibido en la substancia intelectual ha de recibirse en conformidad con su modo de ser, es decir, inteligiblemente. Y pues lo que es recibido de este modo en la substancia intelectual, en vez de corromperla, la perfecciona, porque lo inteligible es la perfección del inteligente. Luego la substancia intelectual es incorruptible.
Como lo sensible es objeto del sentido, así lo inteligible es objeto del entendimiento. Mas el sentido no se corrompe por propia corrupción, sino por extralimitación de su objeto. Por ejemplo, la vista, por objetos demasiado brillantes, y el oído, por sonidos extraordinarios, etc. Pero digo “por propia corrupción”, porque el sentido puede corromperse accidentalmente a causa de la corrupción del sujeto. Mas esta clase de corrupción no puede afectar al entendimiento, porque él no es acto de ningún cuerpo, cual si del cuerpo dependiera, como ya se dijo (c. 51). Es, además, evidente que tampoco el entendimiento se corrompe por extralimitación de su objeto; porque quien entiende lo supremo en los grados de inteligibilidad, no menos, sino mejor entiende lo de los grados inferiores. Luego el entendimiento en modo alguno es corruptible.
Ser inteligible es la perfección propia del entendimiento: de ahí que entendimiento en acto e inteligible en acto sean una misma cosa. Luego lo que conviene al inteligible, en cuanto inteligible, debe convenir al entendimiento en cuanto tal, porque perfección y perfectible pertenecen al mismo género. Es así que el inteligible, en cuanto inteligible, es necesario e incorruptible; las cosas necesarias son perfectamente cognoscibles por el entendimiento, mientras que las contingentes, como contingentes, no lo son sino deficientemente, ya que de éstas no tenemos ciencia, sino “opinión”. Luego el entendimiento posee la ciencia de las cosas corruptibles consideradas como incorruptibles, o sea, universalmente. Por tanto, el entendimiento debe ser incorruptible.
La perfección de las cosas es conforme a la manera de ser de su substancia. Por eso, de la clase de perfección de una cosa deducimos el modo de ser de su substancia. Mas el entendimiento no se perfecciona por el movimiento, sino precisamente por hallarse al margen del mismo; porque nos perfeccionamos en la parte intelectiva del alma por la ciencia y la prudencia, aquietadas las alteraciones y pasiones corporales del alma, como enseña el Filósofo (“Físicos”, VII). Luego el modo de perfección de la substancia inteligente es que su ser esté sobre el movimiento y, por consiguiente, sobre el tiempo. Sin embargo, el ser de cualquier cosa corruptible está sujeto al movimiento y al tiempo. Luego es imposible que la substancia inteligente sea corruptible.
Es imposible que un deseo natural sea vano, “pues la naturaleza nada hace en balde”. Mas cualquier ser inteligente desea una existencia perpetua, no sólo en atención a la especie, sino también en atención al individuo. Lo que se demuestra de esta manera: En ciertos seres el apetito natural procede de la aprehensión: así, el lobo desea naturalmente la matanza de aquellos animales de que se nutre, y el hombre desea naturalmente la felicidad. En otros, sin embargo, no procede de la aprehensión, sino de la simple inclinación de sus principios naturales, que en algunos se denomina “apetito natural”; de este modo, lo pesado tiende a estar abajo. Pues de ambas maneras se encuentra en las cosas el deseo natural de ser. Y prueba de ello es que no sólo las que carecen de conocimiento resisten a los elementos de corrupción en virtud de sus principios naturales, sino que también los que tienen conocimiento resisten a los mismos en conformidad con su manera de conocer. Las cosas privadas de conocimiento, cuyos principios tienen la virtud de conservar el ser a perpetuidad, de modo que permanecerían siempre las mismas en cuanto al número, desean un ser perpetuo, idéntico incluso numéricamente. Sin embargo, aquellas cuyos principios no poseen tal virtud, sino sólo la de conservar el ser perpetuo según la misma especie, apetecen naturalmente de este modo la perpetuidad. Semejante diferencia debe encontrarse en aquellos que tienen el deseo de ser con conocimiento del mismo. Así, los que conocen el ser como instante presente desean el ser como instante presente, y no siempre, porque no aprehenden el ser sempiterno. Sin embargo, desean el ser perpetuo de la especie, aunque inconscientemente, porque la virtud de engendrar, que a ello se ordena, es antecedente y no sujeta al conocimiento. Por otra parte, los que conocen el ser perpetuo y como tal lo aprehenden, deséanlo con natural deseo. Lo que es peculiar de todas las substancias inteligentes. Luego todas las substancias inteligentes apetecen con natural deseo ser siempre y, por tanto, es imposible que dejen de ser.
Quienes comienzan y dejan de ser, en virtud de una misma potencia lo realizan, pues idéntica es la potencia para ser y para no ser. Como las substancias inteligentes no pudieron comenzar a ser sino en virtud de la potencia del primer agente, porque carecen de materia, que las pudiera haber precedido, como se demostró (c. 49); no habrá, pues, en ellas, otra potencia para no ser, como no sea la del primer agente, en cuanto que éste puede no infundirles el ser. Mas, en atención a esta sola potencia, nada puede decirse corruptible, bien porque las cosas se denominan necesarias o contingentes en virtud de su propia potencia y no en virtud de la potencia de Dios, como arriba se demostró (c. 30), o bien porque Dios, que es el fundador de la naturaleza, no arrebata a las cosas lo que es propio de sus naturalezas. Y pues ya está probado que propio de las substancias intelectuales es que sean perpetuas, Dios no se lo substraerá. Luego las substancias intelectuales son absolutamente incorruptibles.
De ahí que en el salmo “Laudate, Dominum de caelis”, enumerados los ángeles y los cuerpos celestes, se añade: “Los fijó en la eternidad y por los siglos de los siglos”, con lo cual se designa la perpetuidad de dichas substancias.
También Dionisio, en el capítulo IV “Sobre los nombres divinos”, dice que “por irradiación de la bondad divina subsistieron las substancias inteligibles e intelectuales, y son y viven, y tienen vida indeficiente sin disminución, preservadas de la universal corrupción y generación, y de la muerte, y elevadas sobre la instable e inconstante variación”.
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