CAPÍTULO LIV
Razones que parecen probar que no se puede ver a Dios por esencia, y solución de las mismas
Alguien puede objetar contra lo que llevamos dicho:
Ninguna luz que sobrevenga a la vista puede elevarla para ver lo que excede la potencia natural de la visión corporal, pues la vista sólo puede ver lo coloreado. Ahora bien, la substancia divina excede la capacidad del entendimiento creado mucho más de lo que éste excede en capacidad al sentido. Luego el entendimiento creado no podrá ser elevado por ninguna luz que le sobrevenga para ver la substancia de Dios.
La luz que se recibe en el entendimiento creado es también algo creado. Y así dista infinitamente de Dios. Luego por esta luz no puede ser elevado el entendimiento creado para ver la substancia divina.
Si esto lo puede hacer dicha luz porque es una semejanza de la divina substancia, como toda substancia intelectual, por el hecho de ser intelectual, lleva la semejanza divina, bastará, pues, la naturaleza tal de cualquier substancia intelectual para ver a Dios.
Si tal luz es creada, no habrá inconveniente alguno para que lo creado sea connatural a alguna cosa creada; y podrá entonces existir algún entendimiento creado que con su luz connatural verá la substancia divina. Pero se ha demostrado todo lo contrario (c. 52).
“El infinito, en cuanto tal, es desconocido”. Declaramos en el libro primero (c. 43) que Dios es infinito. Luego la substancia divina no puede verse con dicha luz.
Entre el inteligente y la cosa entendida ha de haber proporción. Pero entre el entendimiento creado, incluso perfeccionado con dicha luz, y la substancia divina, no hay proporción alguna, pues queda todavía una distancia infinita entre ambos. Luego el entendimiento creado no puede ser elevado con dicha luz para ver la substancia divina.
Estas razones y otras parecidas movieron a algunos para suponer que la substancia divina nunca podrá ser vista por ningún entendimiento crearlo. Y esta opinión, realmente, suprime la verdadera felicidad de la criatura racional, que sólo puede consistir en la visión de la substancia de Dios, según se demostró (c. 50); y, además, se opone a la autoridad de la Sagrada Escritura, como consta por lo dicho (c. 51). Luego hay que rechazarla como falsa y herética.
[Solución a las dificultades.] Pero no es difícil solucionar dichas dificultades. Porque la substancia divina no está fuera del alcance del entendimiento creado de modo que resulte para él algo completamente ajeno, como lo son el sonido a la vista o la substancia inmaterial al sentido. Pues la substancia divina es el primer inteligible y el principio de todo conocimiento intelectual. Pero está fuera del alcance del entendimiento creado como algo que excede su poder, igual que los sensibles excesivos están fuera de la facultad del sentido. Por eso Aristóteles, en el II de la “Metafísica”, dice que “nuestro entendimiento es con respecto a lo más inteligible lo que el ojo de la lechuza para la luz del sol”. Luego el entendimiento creado debe ser robustecido con alguna luz divina para que pueda ver la esencia de Dios. Y con esto se soluciona la primera objeción.
Y dicha luz eleva al entendimiento creado a la visión de Dios, respetando la infinita separación entre él y la substancia divina, pero dándole Dios un poder para tal efecto, aunque diste infinitamente de Dios en cuanto al ser, como indicaba la segunda objeción. Pues esta luz increada no le une a Dios en cuanto al ser, sino sólo en cuanto al entender.
Y como es propio de Dios el conocer perfectamente su propia substancia, dicha luz es semejanza de Dios en cuanto que lleva a ver la substancia divina. Y en este sentido ninguna substancia intelectual puede ser una semejanza de Dios. Pues como la simplicidad de cualquier substancia creada no es igual que la divina, es imposible que la substancia creada tenga toda su perfección en una sola cosa; pues esto, como demostramos en el libro primero (c. 28), es propio de Dios, quien según una sola razón es ente, inteligente y bienaventurado. Luego en la substancia intelectual creada hay que distinguir la luz que la hace bienaventurada con la visión de Dios de cualquier otra luz que la perfeccione en su naturaleza específica y mediante la cual entienda en proporción con su propia substancia. Y así solucionamos la tercera objeción.
La cuarta se resuelve en atención a que la visión de la substancia divina excede toda potencia natural, como se demostró (l. c., en el argumento). Por eso la luz con que se perfecciona el entendimiento creado para ver la substancia divina ha de ser sobrenatural.
Tampoco la afirmación de que Dios es infinito puede impedir la visión de la substancia divina, como indicaba la quinta objeción. Pues no se llama infinito privativamente, como la cantidad. Este infinito es verdaderamente desconocido, porque es como una materia que carece de forma, la cual es principio de conocimiento. Sino que se dice infinito negativamente, como una forma por sí subsistente y no limitada por una materia recipiente. Por eso lo que es infinito así, es de sí lo más cognoscible.
Y la proporción del entendimiento creado para entender a Dios existe ciertamente, no como una medida ajustada a una proporción, sino en cuanto que la proporción significa cierta disposición de una cosa a otra, como de la materia a la forma o de la causa al efecto. Y así no hay inconveniente en que exista una proporción entre la criatura y Dios según la relación del inteligente a lo entendido, e incluso según la de efecto y causa. Queda, pues, solucionada la sexta objeción.
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Comments 1
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Me parece que el trabajo que están ustedes realizando sea más que loable y de agradecer.
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