CAPÍTULO LI: Objeciones contra el pecado original

CAPÍTULO LI

Objeciones contra el pecado original

Hay ciertas cosas que, al parecer, se oponen a la verdad del pecado original.

El pecado de uno no se imputa a otros como culpa; por eso se dice que “el hijo no llevará sobre sí la iniquidad de su padre”. Y la razón es porque no somos alabados o vituperados sino por lo que hay en nosotros, o sea, lo que realizamos con nuestra voluntad. Por lo tanto, el pecado del primer hombre no se le imputa a todo el género humano.

Mas si alguien dijere que, al pecar uno, “todos pecaron en él”, como parece decir el Apóstol, y así no se le imputa a uno el pecado del otro, sino el suyo, esto, según parece, tampoco puede defenderse. Porque aquellos que han nacido de Adán, cuando Adán pecó, no estaban todavía actuados en él, sino virtualmente, como en su primer origen. Ahora bien, el pecar, como es obrar, no pertenece sino a quien está en acto. Luego no pecamos todos en Adán.

Mas si se afirma que hemos pecado en Adán, de manera que él nos transmitiría originalmente el pecado con la naturaleza, dicha afirmación parece imposible. Pues, como el accidente no pasa de un sujeto a otro, no podrá transmitirse si no se transmite al sujeto. Ahora bien, el sujeto del pecado es el alma racional, que no nos transmite nuestro primer padre, puesto que la crea Dios individualmente para cada uno, como se demostró en el libro segundo (c. 86 ss.). Luego Adán no puede transmitirnos el pecado originalmente.

Si el primer padre transmite el pecado a sus descendientes, porque de él proceden originariamente, como Cristo procede originariamente del primer padre, también debe estar sujeto, al parecer, al pecado original. Lo cual es contrario a la fe.

Lo que alguien consigue por origen natural, es en él natural. Mas lo que pertenece a uno por naturaleza no puede ser pecado; por ejemplo, la carencia de vista no es pecado en el topo. Luego Adán no nos puede transmitir el pecado originalmente.

Si se afirma que el pecado del primer padre se transmite a los descendientes por origen, no natural, sino viciado, esto, como se ve, carece de consistencia. Porque en una obra natural sólo hay defecto cuando falta algún principio natural; por ejemplo, cuando por la corrupción seminal se producen los partos monstruosos de los animales. Pero en el germen humano no cabe admitir la corrupción de algún principio natural. Luego no parece que por el origen viciado de Adán se transmita algún pecado a sus descendientes.

Los pecados que acontecen en las operaciones naturales por corrupción de algún principio no se dan siempre ni frecuentemente, sino en contadas ocasiones. Luego, si el pecado de Adán se transmite a la posteridad por un origen viciado, no se transmitirá a todos, sino a unos pocos.

Si en la prole se da algún defecto ocasionado por un vicio original, dicho defecto deberá pertenecer al mismo género que el vicio original, porque los efectos están en correspondencia con sus causas. Mas el origen, o generación humana, como es un acto de la potencia de engendrar, en la que para nada entra la razón, no puede incluir un vicio que pertenezca al género de culpa, porque tanto la virtud como el vicio se dan únicamente en los actos que de algún modo están sujetos a la razón; por eso no se considera culpable al hombre que por un vicio de origen nace leproso o ciego. Luego un defecto culpable en modo alguno puede transmitirse de Adán a su posteridad a causa del origen viciado.

El bien de naturaleza no desaparece por el pecado; por eso, los bienes naturales permanecen incluso en los demonios, como dice Dionisio. Mas la generación es un bien natural. En consecuencia, el pecado de Adán no pudo viciar el origen de la generación humana, de modo que dicho pecado pasara a la posteridad.

El hombre engendra a un semejante a sí mismo en la propia especie. Pero en do que no pertenece a la especie no es preciso que el hijo se asemeje a sus progenitores. Ahora bien, el pecado no puede pertenecer a la razón de especie, porque el pecado no cuenta entre las cosas que son según la naturaleza, pues es más I bien una corrupción del orden natural. Luego no es preciso que del primer hombre pecador nazcan los otros pecadores.

Más se parecen los hijos a sus parientes próximos que a los remotos. Y se da el caso de que a veces los parientes próximos se hallan sin pecado y que en el acto de la generación no se comete pecado alguno. Por lo tanto, no todos nacen pecadores porque hayan pecado los primeros padres.

Además, aunque el pecado del primer hombre se haya transmitido a los demás, sin embargo, mayor es para obrar el poder del bien que el del mal, como se demostró (l. 3, capítulo 12); luego la satisfacción y santidad de Adán se transmitieron Más que el pecado a la posteridad.

Si el pecado del primer padre se propaga por origen a la posteridad, por pareja razón se propagarán a la posteridad los pecados de los otros padres. De esta manera los descendientes tendrán mayor carga de pecados que sus ascendientes. Porque, por necesidad, resulta esto principalmente si el pecado pasa de padres a hijos y, en cambio, no se transmite la satisfacción.

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