CAPÍTULO IX: Orden y plan que se ha de seguir en esta obra

CAPÍTULO IX

Orden y plan que se ha de seguir en esta obra

Es evidente, por lo dicho, que la intención del sabio debe versar sobre la doble verdad de lo divino y la destrucción de los errores contrarios. Una de estas verdades puede ser investigada por la razón, pero la otra está sobre toda su capacidad. Y digo una doble verdad de lo divino, no mirando a Dios, que es verdad una y simple, sino atendiendo a nuestro entendimiento, que se encuentra en diversa situación respecto a las verdades divinas.

Para exponer la primera clase de verdades se ha de proceder por razones demostrativas que puedan convencer al adversario. Pero, como es imposible hallar estas razones para la otra clase de verdades, no se debe intentar convencer al adversario con razones, sino resolver sus objeciones contra la verdad, ya que la razón natural, como quedó probado (c. 7), no puede contradecir a la verdad de fe. La única manera de convencer al adversario que niega esta verdad es por la autoridad de la Escritura, confirmada por los milagros; porque lo que está sobre la razón humana no lo creemos si Dios no lo revela. Sin embargo, para la exposición de esta verdad se han de traer algunas razones verosímiles, para ejercicio y satisfacción de los fieles, no para convencer a los contrarios, porque la misma insuficiencia de las razones los confirmaría más en su error, al pensar que nuestro consentimiento a las verdades de fe se apoya en razones tan débiles.

Queriendo proceder, pues, de la manera indicada, nos esforzaremos por evidenciar la verdad que profesa la fe y la razón investiga, invocando razones ciertas y probables, algunas de las cuales recogeremos de los libros de los santos y filósofos, destinadas a confirmar la verdad y convencer al adversario. Después, procediendo de lo más a lo menos conocido, pasaremos a exponer la verdad que supera a la razón (l. 4), resolviendo las objeciones de los contrarios y estableciendo, ayudados por Dios, la verdad de fe con razones probables y de autoridad.

Pues bien, lo primero que se nos presenta al querer investigar por vía racional lo que la inteligencia humana puede descubrir de Dios, es examinar qué le conviene como tal (l. 1); a continuación, cómo las criaturas proceden de Él (l. 2), y en tercer lugar, la relación de fin que con Él tienen (l. 3).

Por lo que respecta a lo que conviene a Dios como tal, es necesario establecer, como fundamento de toda la obra, que Dios existe. Sin ello, toda disertación sobre las cosas divinas es inútil.

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