CAPÍTULO III: Todo agente obra por el bien

CAPÍTULO III

Todo agente obra por el bien

Además, se ha de demostrar que todo agente obra por el bien. Ya hemos probado que todo agente obra por un fin, porque obra por algo determinado. Mas lo que el agente intenta determinadamente es, sin duda alguna, algo que le conviene; de lo contrario, no tendería hacia ello. Y como lo que conviene a uno es su propio fin, síguese que todo agente obra por un bien.

Fin es todo aquello que aquieta el deseo del motor y de lo movido. Pero el aquietar el deseo es propio del bien, dado que “bien es lo que todo ser apetece”. Luego toda acción y todo movimiento van dirigidos al bien.

Tanto la acción como el movimiento parecen estar ordenados de alguna manera al ser, ya para conservarlo específica o individualmente, ya para adquirirlo de nuevo. Ahora bien, todo lo que es ser es bueno. Por eso todas las cosas apetecen el ser. Por lo tanto, toda acción y todo movimiento se dirigen al bien.

Toda acción y todo movimiento tienden a una perfección determinada. Si, pues, el fin de la acción es ella misma, evidentemente será una segunda perfección del agente; pero, si la acción es un cambio de la materia exterior, entonces vemos que el motor intenta introducir una nueva perfección en la cosa movida, a la cual tienda el móvil, si el movimiento es natural. Es así que llamarnos bien a lo perfecto. Por consiguiente, toda acción y todo movimiento tienden al bien.

Todo agente obra en cuanto está en acto, y, al obrar, tiende hacia un ser semejante a sí y, por tanto, hacia un acto. Mas todo acto tiene razón de bien, pues el mal sólo se da en lo que, por no estar en acto, está en potencia. Luego toda acción tiende hacia el bien.

Quien obra intelectualmente, obra como predeterminándose el fin; mas quien obra por instinto, aun cuando obre por el fin, según hemos probado (c. prec.), no se lo predetermina, puesto que no lo conoce, y así, obra por un fin que otro le ha pro puesto. Ahora bien, quien obra intelectualmente, no se predetermina al fin sino bajo la razón de bien, porque lo inteligible no mueve sino bajo dicha razón de bien, el cual es el objeto de la voluntad. Luego quien obra por instinto ni es movido ni obra por otro fin que no sea el bien, puesto que el fin le ha sido determinado por otra potencia. En consecuencia, todo agente obra por el bien.

Por idéntica razón se huye del mal y se busca el bien, como por idéntica razón es uno movido hacia abajo o hacia arriba. Mas todos los seres huyen del mal; pues los racionales, si huyen de algo, es porque lo aprehenden como malo; y los que obran por instinto, resisten cuanto pueden a la corrupción, que es un mal para todos. Luego todas las cosas obran por el bien.

Decimos que una cosa ocurre por casualidad o por azar cuando procede de la acción de un agente al margen de su intención. Pero en las obras de la naturaleza vemos que siempre o casi siempre ocurre lo mejor, como sucede en las plantas, cuyas hojas están de tal manera dispuestas que protegen el fruto. Lo mismo ocurre en la disposición de las partes del animal, aptas para que éste se defienda. Si esto sucediera sin intentarlo el agente natural, habría de proceder de la casualidad o del azar. Lo cual es imposible. Porque lo que ocurre siempre o de ordinario, no es casual ni fortuito; lo que ocurre rara vez, sí lo es. El agente natural tiende, pues, hacia lo mejor, y con mayor razón el que obra intelectualmente. Luego todo agente tiende, al obrar, hacia el bien.

Todo móvil es conducido al fin por el motor y el agente. Es, pues, preciso que el motor y lo movido tiendan hacia el mismo término; pues lo que es movido, como quiera que está en potencia, tiende al acto y, por tanto, a lo perfecto y al bien, porque por el movimiento pasa de la potencia al acto. Luego el agente y el motor, cuando obran y mueven, lo hacen siempre por el bien.

De aquí que los filósofos, al definir el bien, dijeron: “Bien es lo que todos los seres apetecen”. X Dionisio, en el capítulo 4 “De los nombres divinos”, dice que “todos los seres desean lo bueno y lo óptimo”.

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