CAPÍTULO III
El Hijo de Dios es Dios
Hay que advertir que la Sagrada Escritura usa también los nombres ya citados para dar a conocer la creación de las cosas; así se dice: “¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra a las gotas del rocío? ¿De qué seno sale el hielo?; y la escarcha del cielo, ¿quién la engendra?” Por eso, a fin de que en los nombres de “paternidad”, “filiación” y “generación” no se entendiese únicamente la eficacia de la creación, la autoridad de la Escritura añadió que, al que llamaba “Hijo” y “Engendrado”, no omitiese el llamarle también Dios, para que así dicha generación se conciba como algo más amplio que la creación; porque se dice: “Al principio era el Verbo, pero el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios”. Y que por el nombre de “Verbo” se entiende el Hijo, se deja ver por lo que sigue: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre”. Dice también Pablo: “Apareció la bondad y la humanidad del Salvador, nuestro Dios”.
Tampoco omitió esto el Antiguo Testamento, llamando Dios a Cristo. Pues se dice en los Salmos: “Tu trono, Señor, es por los siglos eterno, y cetro de equidad es el cetro de tu reino; amas la justicia y aborreces la iniquidad”. Y que esto se refiere a Cristo, se ve por lo que sigue: “Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría, más que a tus compañeros”. También dice Isaías: “Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía y que se llamará Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz”.
Así, pues, nos enseña la Sagrada Escritura que el Hijo de Dios, nacido de Dios, es Dios. Pedro confesó a Jesucristo Hijo de Dios cuando le dijo: “Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo”. Luego Él es el Unigénito y Dios.
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