CAPÍTULO III
El conocimiento de la naturaleza de las criaturas sirve para destruir los errores que haya acerca de Dios
Es necesaria la consideración de las criaturas, no sólo para instruirse en la verdad, sino también para evitar los errores; pues los errores acerca de las criaturas alejan de la verdad de la fe en la medida en que se oponen al verdadero conocimiento de Dios. Lo cual ocurre de muchas maneras:
Constituyendo como causa primera y Dios a lo que no puede existir sin proceder de otro, juzgando no haber nada más allá de las criaturas; engaño en que caen a veces los que ignoran la naturaleza de las mismas, como ocurrió a aquellos que pensaron que cualquier cuerpo era Dios; de los cuales se dice: “Los que tomaron por dioses al fuego, al viento, al aire ligero, al círculo de los astros, al agua impetuosa, al sol y a la luna”.
Atribuyendo a algunas criaturas lo que es propio de sólo Dios; cosa que ocurre también por errar acerca de las criaturas, porque no se atribuye a una cosa nada que sea incompatible con su naturaleza, sino porque se ignora su naturaleza, como si se dijese que el hombre tiene tres pies. Ahora bien, lo que es de sólo Dios no es compatible con la naturaleza de la criatura, como lo que es de sólo el hombre no es compatible con la naturaleza de otra cosa. De donde dicho error procede de que se ignora la naturaleza de la criatura.
Contra este error precisamente se dice en el libro de la Sabiduría: “Pusieron a las piedras y a los leños el nombre Incomunicable”. En este error se precipitan los que atribuyen la creación de las cosas, o el conocimiento de los futuros, o el obrar milagros a otras causas que a Dios.
Usurpando algo al poder divino que obra en las criaturas, por ignorar la naturaleza de las mismas, como se ve en los que establecen en las cosas dos principios, y en los que sostienen que las cosas proceden de Dios no por su divina voluntad, sino por necesidad natural; como también en aquellos que substraen a la divina providencia todas las cosas o algunas de ellas nada más o niegan que pueda obrar fuera del curso de la naturaleza.
Todo esto deroga el poder divino. Contra esto se dice en Job: “Juzgando al Omnipotente como quien nada puede hacer”; y en gel libro de la Sabiduría: “Tú muestras tu poder cuando no te creen soberano en poder”.
Considerándose el hombre -que es conducido por la fe a Dios como al Último fin- por debajo de algunas criaturas a las que es superior, procediendo esto de que ignora la naturaleza de las cosas y, por consiguiente, su lugar correspondiente en el universo, cual se ve en los que subordinan la voluntad de los hombres a los astros, contra los cuales se dice en Jeremías: “No temáis a los fenómenos celestes, que a las gentes producen terror”; y en los que creen que los ángeles crean las almas, y que las almas de los hombres son mortales, y otras cosas semejantes. Todo lo cual rebaja la dignidad humana.
Con esto se evidencia, en conclusión, la falsedad de cierta sentencia de algunos que decían no importar nada a la verdad de la fe la opinión que cada uno pueda tener sobre las criaturas, con tal que se piense bien acerca de Dios, como expone San Agustín en el libro “Del origen del alma”; pues el error acerca de las criaturas redunda en una opinión falsa sobre Dios y, sometiéndola a cualesquiera otras causas, aparta a las mentes humanas de Dios, hacia el cual se esfuerza por dirigirlas la fe.
Por esto la Escritura amenaza a los que yerran acerca de las criaturas con las mismas penas que a los infieles, cuando dice en el Salmo: “Porque no entendieron las obras del Señor, las obras de sus manos, los destruirás y no los edificarás”; y en el libro de la Sabiduría: “Pensaron esto y se equivocaron”, y sigue: “No estimaron el honor de las almas santas”.
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