CAPÍTULO II: Qué es la generación, la paternidad y la filiación en Dios

CAPÍTULO II

Qué es la generación, la paternidad y la filiación en Dios

Poniendo como principio de este estudio el arcano de la divina generación, anticipemos qué se deba sostener acerca de ella según la doctrina de la Sagrada Escritura; a continuación consignemos los argumentos que descubre la infidelidad contra la verdad de la fe (c. 10) y, expuesta la solución de los mismos, habremos conseguido el intento de este estudio (cc. 11‑14).

La Sagrada Escritura consigna los nombres de “paternidad” y de “filiación” en Dios, al atestiguar que Jesucristo es “Hijo de Dios”. Cosa que se encuentra con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento. Porque se dice: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo”. Con esto comienza Marcos su Evangelio, diciendo: “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Y Juan manifiesta frecuentemente lo mismo: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas”; y también: “Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, asá también el Hijo a los que quiere les da vida”. Y el apóstol Pablo inserta con frecuencia estas palabras, cuando dice que él ha sido “elegido para predicar el Evangelio de Dios, que por sus profetas había prometido en las santas Escrituras, acerca de su Hijo”; y también al decir: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo”.

También se consigna esto, aunque más raramente, en el Antiguo Testamento. Se dice: “¿Cuál es su nombre y cómo se llama su Hijo?” Lo mismo se dice en un salmo: “Yavé me ha dicho: Tú eres mi Hijo”; y de nuevo: “Él me invocará diciendo: Tú eres mi Padre”.

Y aunque algunos quieran cambiar por otro el sentido de estos dos últimos versículos, para que cuando se dice: “Yavé me ha dicho: Tú eres mi Hijo”, se refiera al mismo David; y cuando se dice: “Él me invocará diciendo: Tú eres mi Padre”, se atribuya a Salomón, sin embargo, las palabras que unen ambos versículos no demuestran de ninguna manera que sea así. Puesto que no se puede atribuir a David lo que se añade: “Hoy te he engendrado yo”; ni lo que sigue: “Haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra”, porque su reino no se extendió hasta los confines de la tierra, según declara da historia del libro de los Reyes. Tampoco puede competir a Salomón, en modo alguno, lo que sigue: “Él me invocará diciendo: Tú eres mi Padre”, ya que se añade: “Haré subsistir por siempre su descendencia y su trono mientras subsistan los cielos”. Por esto se da a entender que, aunque de las palabras citadas unas puedan convenir a David y a Salomón y otras no, sin embargo, se aplican a David y a Salomón como prototipos de otro en quien se cumplan todas estas cosas, según costumbre de la Escritura.

Ahora bien, como los nombres de “padre” y de “hijo” responden a cierta generación, la Escritura no omitió el nombre tal de “generación divina”. En efecto, en el salmo, como se dijo, se lee: “Hoy te engendré yo”. Y en otro lugar: “Antes de los abismos fui engendrada yo,… antes que los collados fui yo concebida”; o según otra versión: “Antes que todos los collados me engendro el Señor”. Y en Isaías: “¿Acaso yo, que hago parir a otros, no pariré?, dice el Señor”. “¿Voy a ser estéril yo, que concedo la generación a los demás?, dice el Señor Dios”. Y aunque pueda decirse que esto hay que referirlo a la multiplicación de los hijos de Israel que volvían de la cautividad a su país, porque se dice antes: “Sión ha parido a sus hijos”, sin embargo, esto no se opone a lo dicho. Porque, cualquiera que sea la interpretación, no obstante, la razón inducida por boca de Dios permanece firme e inalterable, porque, si Él da la generación a otros, no ha de ser estéril. Tampoco sería conveniente que quien engendró de verdad a otros, no engendre de veras, sino simbólicamente, pues es preciso que algo se encuentre más perfectamente en la causa que en los causados, según se demostró (c. 1). Asimismo dice San Juan: “Y hemos visto su gloria, gloria como de unigénito del Padre”. Y otra vez: “El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer”. También dice Pablo: “Cuando introduce de nuevo al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios”.

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