CAPÍTULO CXXVII: No es en sí pecado el uso de cualquier manjar

CAPÍTULO CXXVII

No es en sí pecado el uso de cualquier manjar

Así como el uso de lo venéreo se da sin pecado, si se tiene conforme a razón, así también el uso de alimentos. Se hace algo según razón cuando se ordena convenientemente a debido fin. El fin debido al tornar alimento es la conservación del cuerpo por la alimentación. Todo alimento puede conseguir eso y puede tomarse sin pecado. Por tanto, tomar cualquier manjar no es de suyo pecado.

El uso de ninguna cosa es en sí malo de no ser mala de suyo. Ningún manjar es por naturaleza malo, pues toda cosa por su naturaleza es buena, como susodicho queda. Puede ser un alimento malo para alguien por serie contrario a la salud corporal. Tomar cualquier alimento, por serlo, no es pecado de suyo, aunque pueda serlo si fuera de razón uno lo toma contra su salud.

No es de por sí malo usar de las cosas para lo que son. Las plantas son para los animales, de éstos algunos para otros, y todo para el hombre, como se desprende de lo dicho. Por consiguiente, no es de suyo pecado usar de plantas o de la carne de animales para comida o para cualquier otra cosa de utilidad para el hombre.

Los defectos del pecado se derivan al cuerpo por el alma, pues decimos que hay pecado cuando se desordena la voluntad. Los manjares pertenecen inmediatamente al cuerpo, no al alma. De aquí que tomarlos no sea pecado a no ser que repugne a la rectitud de la voluntad. Lo cual acontece: o por la pugna con el fin propio de los manjares, como cuando se toman por el deleite que dan, aunque sean dañosos a la salud corporal, tanto por la calidad como por la cantidad; o por desdecir con la posición de quien los toma o con la de aquellos con los que convive, v. gr.: el que los compra sobre sus facultades o de calidad no acostumbrada entre aquellos con quienes alterna. O también alimentos prohibidos por motivo especial por la ley: como algunos estaban prohibidos en la ley vieja por su simbolismo, y antiguamente en Egipto la carne de buey o de vaca para que la agricultura no sufriera colapso. Y aun también por prohibir algunas reglas ciertos manjares para refrenar la concupiscencia.

De ahí que diga el Señor: “No mancha al hombre lo que entra en su boca”; y el Apóstol: “Tomad todo lo que de la carnicería venga, no preguntando nada por la conciencia; “Toda criatura de Dios es buena, y no hay que despreciar nada de lo que se toma con acción de gracias”.

Con lo dicho se rechaza el yerro de quienes dicen que es ilícito el uso de determinados alimentos; de tales habla el Apóstol: “En tiempos venideros, algunos dejarán la fe, prohibiendo casarse y abstenerse de manjares creados por Dios para ser tomados con hacimiento de gracias”.

Y, pues el uso de manjares y de placeres no es en sí ilícito, sino sólo cuando desborda el orden de la razón, las facultades poseídas, necesarias para la alimentación, la educación de la prole y la sustentación de la familia y demás necesidades corporales, o séase la posesión de la riqueza, no es de suyo ilícita, si se observa el orden de la razón, de suerte que se posea justamente lo que se tiene y que no ponga en ella el fin de su voluntad y la emplee para su provecho y el ajeno. Por eso el Apóstol no condena a los ricos, antes les da una regla para su uso, diciendo: “A quienes son ricos en este presente siglo recomiéndales que no nutran sentimientos de altanería ni tengan puesta su esperanza en la riqueza; bien hacen con enriquecerse con buenas obras, largos en repartir sus bienes”. Y el Eclesiástico: “Dichoso el varón que es hallado sin mancilla, que no va tras el oro ni puso su esperanza en el dinero ni en tesoros”.

Con esto queda refutado el desvarío de quienes dice Agustín “que con gran insolencia se llamaron apostólicos porque no recibían a su comunión a casados ni a poseedores de cosas propias (tal como la Iglesia católica manda), siendo muchos monjes y clérigos. Mas son herejes al separarse de la Iglesia con creer que no había esperanza para quienes usan de esas cosas de que carecen ellos”.

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