CAPÍTULO CXII: Las criaturas racionales son gobernadas por ellas, y las demás, para ellas

CAPÍTULO CXII

Las criaturas racionales son gobernadas por ellas, y las demás, para ellas

Considerando primeramente a la criatura racional en su misma condición de naturaleza intelectual, que la hace dueña de su acto, vemos que requiere de la providencia un cuidado por el cual es atendida por sí. Por el contrario, la condición de los otros seres, que no son dueños de su acto, muestra que dicho cuidado se les dispensa, no por ellos, sino en cuanto que están ordenados a otros. Pues lo que sólo es actuado por otro se toma como instrumento; sin embargo, lo que obra de por sí se toma como agente principal. Ahora bien, el instrumento no es buscado por si mismo, sino para que sirva al agente principal. De donde resulta que todo el cuidado que se pone en la operación del instrumento debe referirse al agente principal como a su fin; y lo que se añade en atención al agente principal por él o por otro, considerado COMO agente principal, por él se hace. Luego Dios ha dispuesto las criaturas racionales como para atenderlas por ellas, y las demás, como ordenadas a ellas.

Lo que tiene dominio de su acto es libre en el obrar, “porque libre es quien es causa de sí”; sin embargo, lo que tiene necesidad de ser actuado por otro para obrar, está sujeto a servidumbre. Luego toda criatura, exceptuada solamente la intelectual, está sujeta a servidumbre. Mas, en todo gobierno, a los libres se les provee por ellos, y a los siervos, para que estén al servicio de los libres. Por tanto, la divina providencia atiende a las criaturas intelectuales por ellas, y a las demás, en atención a ellas.

Siempre que haya cosas ordenadas a un fin, si entre ellas hay algunas que no pueden llegar a él por sí mismas, es preciso ordenarlas a aquellas que lo alcanzan, porque por sí misma se ordenan a él. Por ejemplo, el fin del ejército es la victoria, que los soldados alcanzan por su propio acto peleando. Por eso, en el ejército, los soldados son buscados por sí; pero todos los otros hombres, destinados a los otros oficios, como a guardar los caballos, a preparar las armas, se buscan en atención a los soldados. Ahora bien, consta por lo expuesto (c. 17) que el fin último del universo es Dios, a quien sólo la criatura intelectual puede alcanzar en sí mismo, es decir, conociéndole y amándole, como se ve por lo dicho (capítulo 25 ss.). Luego únicamente la criatura intelectual es buscada por ella, y las demás, para ella.

En un todo cualquiera, las partes principales se requieren de por sí Para constituirlo; las otras, sin embargo, para la conservación o cierta mejora de ellas. Si las criaturas intelectuales son lo mejor o principal de todas las partes del universo -pues copian de más cerca la divina semejanza-, resultará que la divina providencia atenderá a las criaturas intelectuales por ellas mismas y a las demás en orden a ellas.

Es evidente que las partes se ordenan en su totalidad a la perfección del todo; porque no es el todo para las partes, sino éstas para él. Ahora bien, las naturalezas intelectuales tienen mayor afinidad con el todo que las restantes naturalezas, porque cualquier substancia intelectual es de alguna manera todo, ya que con su entendimiento abarca da totalidad del ser; mientras que otra substancia cualquiera sólo tiene una participación individual del ser. Luego Dios gobierna convenientemente las otras substancias en orden a las substancias intelectuales.

El modo de actuar de un ser que sigue el curso de la naturaleza revela su natural destino. Y así vemos que, en la marcha natural de las cosas, la substancia intelectual se sirve de todas ellas en orden a sí, bien para perfeccionar su entendimiento, puesto que en ellas busca la verdad, o bien para ejercitar su poder y desarrollar su ciencia, a la manera como el artífice traduce en la materia corpórea su concepción artística, o también para mantenimiento de su cuerpo, que está unido al alma intelectual, como vemos en los hombres. Es evidente, pues, que todas las cosas son gobernadas por Dios en orden a las substancias intelectuales.

Lo que alguien busca por sí mismo, búscalo siempre, porque lo que es por sí, siempre es. Sin embargo, lo que busca en orden a otro no es preciso que lo busque siempre, sino solamente cuando convenga al otro. Pero el ser de las cosas procede de la divina voluntad, según consta por lo dicho (l. 2, c. 23). Por consiguiente, los entes que existen siempre, quiérelos Dios por ellos mismos; mas los que no tienen existencia sempiterna los quiere, no por ellos, sino en orden a otros. Ahora bien, las substancias intelectuales son las que más se aproximan a la existencia sempiterna por razón de su incorruptibilidad, y son además inmutables, excepto cuando eligen. Luego las substancias intelectuales son gobernadas por ellas, y las demás, para ellas.

Y no es contrario a lo que acabamos de explicar el que todas las partes del universo se ordenen a la perfección del todo. Pues se ordenan a la perfección del todo en cuanto que una está al servicio de la otra. Así vemos en el cuerpo humano que el pulmón contribuye a la perfección del cuerpo sirviendo al corazón, porque no hay oposición alguna en que el pulmón exista para el corazón y también para el animal entero. Paralelamente, tampoco hay oposición en que las otras naturalezas existan para las intelectuales y para la perfección del universo; pues si faltara lo que la substancia intelectual requiere para su perfección, el universo no sería completo.

Y tampoco se opone a lo ya dicho que los individuos existan en atención a sus propias especies, porque por el hecho de estar ordenados a sus especies se ordenan ulteriormente a las naturalezas intelectuales. Pues cualquier cosa corruptible se ordena al hombre, no en atención a un solo individuo humano, sino en atención a toda la especie. Es así que lo corruptible no podría servir a toda la especie humana sino tomado en la totalidad de su especie. Por tanto, el orden por el cual se ordenan al hombre las cosas corruptibles requiere que los individuos se ordenen a su propia especie.

Además, al decir que la divina providencia ordena las substancias intelectuales por ellas, no entendemos que ellas mismas no estén ordenadas ulteriormente a Dios y a la perfección del universo. Pues se dice que son gobernadas por ellas, y las demás para ellas, porque los bienes que reciben de la divina providencia no se des dan para utilidad de otro; por el contrario, los que se dan a las demás ceden por disposición divina en utilidad de las intelectuales.

Por eso se dice en el Deuteronomio: “No veas el sol y la luna y los demás astros y, decepcionado por el error, adores esas cosas que el Señor, Dios tuyo, creó para el servicio de todas las gentes que hay bajo el cielo”. Y en el salmo se dice: “Todo lo pusiste bajo sus pies: todas las ovejas, los bueyes y además las bestias del campo”. Y en la Sabiduría: “Y tú, Dominador poderoso, juzgas con tranquilidad y nos gobiernas con gran reverencia”.

Con estas razones se refuta el error de quienes afirman que el hombre peca si mata a los animales brutos. Pues, dentro del orden natural, la providencia divina los ha puesto al servicio del hombre. Luego el hombre se sirve justamente de los mismos, matándolos o empleándolos para otra cosa. Por esto dijo el Señor a Noé: “Cuanto vive y se mueve os servirá de comida, como también toda verdura”.

Mas si en las Sagradas Escrituras se encuentran ciertas prohibiciones de cometer crueldades con los animales brutos, como la de no matar al ave con crías, ello obedece a apartar el ánimo del hombre de practicar la crueldad con sus semejantes, no sucediera que alguien, siendo cruel con los animales, lo fuera también con los hombres, o porque el mal ocasionado a los animales redunda en daño temporal para el hombre que lo hace o para otro, o por alguna como aquello que expone el Apóstol de “no poner bozal al buey que trilla”.

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