CAPÍTULO CVI
La substancia intelectual que da eficacia a las obras mágicas no es moralmente buena
Se ha de averiguar, además, cuál sea esta naturaleza intelectual por cuya virtud se hacen tales obras.
Y lo que primeramente se ve es que no es buena ni loable. Porque el prestar ayuda a cosas que son contrarias a la virtud no es propio de una inteligencia bien dispuesta. Y esto se hace en dichas artes, pues casi siempre se realizan con la finalidad de procurar adulterios, hurtos, homicidios y otros maleficios parecidos. Por eso, quienes practican estas artes llámanse “maléficos”. Así, pues, la naturaleza intelectual en cuyo auxilio se apoyan dichas artes no está moralmente bien dispuesta.
No es característico de un entendimiento moralmente bien dispuesto el tener trato y prestar ayuda a los malvados, en vez de a los hombres mejores. Mas los hombres que practican dichas artes son con frecuencia malvados. Luego la naturaleza intelectual que da eficacia a tales artes no está moralmente bien dispuesta.
Además, una inteligencia bien dispuesta dirige a los hombres a lo que constituye su propio bien humano, que son los bienes de la razón. Por tanto, el apartarlos de éstos e inclinarlos a otros pequeños es propio de una inteligencia mal dispuesta. Por semejantes artes, ninguna ventaja logran los hombres respecto a los bienes de la razón, que son las ciencias y las virtudes; por el contrario, sólo la obtienen en cosas mínimas, como son el descubrimiento de robos, el prendimiento de los ladrones y cosas parecidas. Por consiguiente, las substancias intelectuales de cuya ayuda se valen estas artes no están moralmente bien dispuestas.
En las prácticas de dichas artes parece tener cabida la ilusión y la irracionalidad, porque tales artes requieren un hombre desentendido de las cosas venéreas y, sin embargo, se aplican muchas veces al arreglo de ilícitas convivencias. Ahora bien, en la operación de un entendimiento bien dispuesto no aparece nada irracional y diverso. Tales artes no se realizan, pues, con la ayuda de un entendimiento moralmente bien dispuesto.
Quien es impulsado por medio de ciertos crímenes cometidos a prestar asistencia a alguien, no tiene bien dispuesto el entendimiento. Y eso se hace en estas artes, porque, según se lee, algunos dieron muerte a niños inocentes al ejecutarlas. Luego las inteligencias con cuyo auxilio se hacen estas cosas no son buenas.
El bien propio del entendimiento es la verdad. Así, pues, como es natural que lo bueno lleve a lo bueno, parece que un entendimiento bien dispuesto deberá conducir a los otros a la verdad. Pero en las obras mágicas se hacen muchas cosas por las que los hombres son burlados y decepcionados. Luego la inteligencia que les presta auxilio no está moralmente bien dispuesta.
El entendimiento bien dispuesto tiene por aliciente la verdad, se deleita en ella y no con las mentiras. Pero los magos se valen en sus invocaciones de mentiras para atraerse a quienes les prestan auxilio. Pues hacen conminaciones imposibles; por ejemplo: si el invocado no les presta ayuda, quien invoca destrozará el cielo o hará caer las estrellas, como cuenta Porfirio en la “Carta a Anebonte”. Por tanto, las substancias intelectuales con cuya ayuda realizan los magos sus obras no parecen tener un entendimiento bien dispuesto.
Quien, siendo superior, se somete como inferior a quien le manda, no parece tener bien dispuesto el entendimiento; igualmente que aquel que, siendo inferior, permite que se le invoque como a superior. Y los magos invocan a quienes les auxilian, suplicándoles como a superiores; pero, en siéndoles propicios, mándales como a inferiores. Luego estos tales en modo alguno parece que tengan bien dispuesto el entendimiento.
Estas razones sirven para rechazar el error de los gentiles, quienes atribuían dichas obras a los dioses.
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