CAPÍTULO CLII: La gracia divina causa en nosotros la fe

CAPÍTULO CLII

La gracia divina causa en nosotros la fe

Y porque la gracia divina causa en nosotros la caridad (c. prec.) es necesario que cause también la fe.

El movimiento con el cual nos dirigimos, mediante la gracia, al fin último, es voluntario, no violento, como se demostró arriba (c. 148). Ahora bien, no puede existir un movimiento voluntario hacia una cosa si tal cosa no es conocida. Luego es necesario que mediante la gracia se nos anticipe el conocimiento del último fin, para que nos dirijamos a él voluntariamente. Pero el conocimiento no puede ser en esta vida una visión clara, según se probó arriba (cc. 48, 52). Luego es necesario que sea un conocimiento por medio de la fe.

En cada cognoscente, el modo del conocimiento sigue al modo de la propia naturaleza; por lo cual el modo del conocimiento del ángel, del hombre y del animal bruto es distinto, en cuanto que sus naturalezas son diversas, como consta por lo dicho (cc. 68, 92, 96 ss.). Mas para obtener el último fin se le añade al hombre sobre la propia naturaleza cierta perfección, o sea, la gracia, como se ha demostrado (c. 150). Luego es preciso también que sobre el conocimiento natural del hombre se añada cierto conocimiento superior a la razón natural, Y éste es el conocimiento de la fe, que versa sobre lo que no ve la razón natural.

Siempre que una cosa es movida por un agente para alcanzar lo que es propio de dicho agente, es preciso que esté desde un principio sometida a las impresiones del agente, como a impresiones ajenas y no propias, hasta que se las apropia en el término del movimiento; por ejemplo, el leño, primero es calentado por el fuego, y aquel calor no es propio del leño, sino extraño (externo) a su naturaleza; pero al fin, cuando el leño ya está encendido, el calor se hace propio y connatural. Y de igual modo, cuando uno es enseñado por el maestro, es menester que al principio reciba las enseñanzas del maestro no como si las entendiera por sí mismo, sino creyéndolas, como si fueran superiores a su capacidad; mas, al fin, cuando ya esté instruido, podrá entenderlas. Ahora bien, como consta por lo dicho (c. 147), nos dirigimos al último fin mediante el auxilio de la gracia divina. Y el fin último es la visión clara de la Verdad primera en sí misma, como antes se demostró (c. 50 ss.). Por consiguiente, es menester que antes de llegar al último fin el entendimiento del hombre se someta a Dios creyendo, por efecto de la gracia divina.

Al principio de esta obra se expusieron las ventajas por las cuales fue necesario que la verdad divina se propusiera a los hombres como creencia (l. 1, cc. 3 ss.), de las cuales puede deducirse también la necesidad de que la fe sea para nosotros un efecto de la gracia divina.

De aquí que diga el Apóstol: “Pues de gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no os viene de vosotros, pues es un don de Dios”.

Y con esto se rechaza el error de los pelagianos, quienes decían que la iniciación en la fe no procedía de Dios, sino de nosotros mismos.

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