CAPÍTULO 8: Primer camino hacia la perfección: renuncia a las cosas temporales

CAPÍTULO 8

Primer camino hacia la perfección: renuncia a las cosas temporales

Entre los bienes temporales que han de ser abandonados están los bienes exteriores, conocidos con el nombre de riquezas. De esto da consejo el Señor, cuando dice: Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, entrega el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme (Mt 19,21). La utilidad de este consejo se manifiesta en lo que sigue. Hay, en primer lugar, un hecho evidente. Cuando aquel joven, que había preguntado sobre la perfección, escuchó la respuesta, se fue triste. Como dice Jerónimo, nos es dada la razón de la tristeza: tenía grandes posesiones, o sea, las llamadas espinas y cardos que ahogan la semilla del Señor. El Crisóstomo, exponiendo el mismo pasaje, dice: No queda igualmente paralizado quien posee poco y quien abunda en posesiones; el acrecentamiento de las riquezas aumenta el ansia de poseer y la codicia se hace más violenta. En la carta a Paulino y Terasia, dice también Agustín: Los bienes terrenos, cuando son poseídos atan con más fuerza que el deseo de alcanzarlos. ¿Por qué aquel joven se alejó, sino porque tenía grandes riquezas? Hay mucha diferencia entre renunciar a añadir lo que no se tiene y renunciar a lo que ya se posee. Aquello es desechado como ajeno; esto otro es como seccionar miembros.

En segundo lugar, la utilidad del consejo es puesta de manifiesto por las palabras del Señor, el cual añade: El rico entrará difícilmente en el reino de los cielos (Mt 19,23). Jerónimo, en el lugar citado, lo expone así: Es difícil desprenderse de las riquezas poseídas. No dijo: es imposible que un rico entre en el reino de los cielos, sino que es difícil. Cuando se afirma una dificultad, no se intenta presuponer la imposibilidad; sólo se deja en claro que es cosa rara. El Crisóstomo, también en el lugar citado, anota que el Señor va más adelante y viene a mostrar que es imposible, diciendo: Mayor facilidad es la de un camello para pasar por el agujero de una aguja que la de un rico para entrar en el reino de los cielos. Este modo de hablar, como dice Agustín, hizo ver a los discípulos que todos cuantos codician riquezas han de ser contados en el número de los ricos; de otro modo, dado que los ricos son pocos en comparación con la multitud de pobres, los discípulos no habrían preguntado: ¿Quién, por tanto, puede salvarse? (Mt 19,25).

De ambas sentencias del Señor se deduce manifiestamente que quienes poseen riquezas, con dificultad entran en el reino de los cielos, porque, como el Señor mismo dice en otra parte, la preocupación por las cosas de este mundo y el engaño de las riquezas ahoga la palabra de Dios y la hace estéril (Mt 13,24). A quienes aman desordenadamente las riquezas les es imposible entrar en el reino de los cielos, mucho más que al camello entrar por el hondón de una aguja, entendida la expresión al pie de la letra. En efecto, esto es imposible, porque va contra la naturaleza; aquello, en cambio, porque se opone al plan de Dios, un plan cuyo poder es muy superior al de cualquier naturaleza creada.

Por aquí se ve la razón de este consejo divino. Se da consejo en orden a conseguir lo que es más provechoso, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: Esto es lo que aconsejo, porque es provechoso (2 Cor 8,10). Por consiguiente, en orden a conseguir la vida eterna es más provechoso desechar las riquezas que poseerlas. Quienes poseen riquezas entran con dificultad en el reino de los cielos, porque es difícil que el afecto no esté apegado a riquezas poseídas: el apego puede hacer incluso imposible la entrada en el reino de los cielos. Fue, por tanto, saludable que el Señor aconsejase como más provechoso el abandono de las riquezas.

En contra de lo dicho, alguien podría objetar que Mateo (cf. Mt 9,8-13) y Zaqueo (cf. Lc 19,1-10) poseyeron riquezas y, sin embargo, entraron en el reino de los cielos. Jerónimo da la solución, en el lugar citado, diciendo: Se ha de tener en cuenta que, al momento de entrar, dejaron de ser ricos.

Pero está el caso de Abraham. Él nunca dejó de ser rico; murió dueño de riquezas y, a la hora de la muerte, las dejó a sus hijos, como se lee en el Génesis (cf. 25,5-8). El Señor, sin embargo, le había dicho: Sé perfecto (Gén 17,1). Para este problema no habría solución, si la perfección cristiana consistiera en el abandono mismo de las riquezas, pues se seguiría que quien posee riquezas no puede ser perfecto.

Pero las palabras del Señor, debidamente analizadas, no ponen la perfección en el abandono mismo de las riquezas. Más bien, el Señor presenta este abandono como un camino de perfección, y así lo hace ver el modo de hablar. Dice, en efecto: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y sígueme (Mt 19,21); con ello da a entender que la perfección está en el seguimiento de Cristo y que el abandono de las riquezas es un camino de perfección. Esto es lo que da a entender Jerónimo cuando en el lugar citado de Super Matthaeum dice: Puesto que no basta abandonar, Pedro añade lo que es perfecto: Y te hemos seguido. Orígenes, exponiendo el pasaje bíblico de que se viene hablando, anota que el ‘si quieres ser perfecto’ etc., no quiere decir que en el momento mismo en que uno hace entrega de todos sus bienes a los pobres, llegue a ser totalmente perfecto; aquél es el día en que la mirada puesta en Dios lo irá conduciendo hacia todas las virtudes.

Tal vez alguien, dueño de riquezas, es perfecto, porque se da a Dios con perfecta caridad. Así, en medio de las riquezas, Abraham fue perfecto; su espíritu no estaba atado a las riquezas, sino totalmente entregado a Dios. Esto es lo que significan las palabras que el Señor le dirigió: Camina en presencia mía y sé perfecto (Gén 17,1). Da a entender que su perfección consistía en caminar en presencia de Dios, amándolo perfectamente hasta el desprecio de sí mismo y de todas sus cosas; esto lo demostró especialmente en la inmolación del hijo, motivo por el cual le fue dicho: Por haber hecho esto, sin perdonar a tu hijo por amor de mí, te bendeciré (Gén 22,16).

Si de aquí alguien quisiera deducir que es inútil el consejo del Señor sobre el desprendimiento de las riquezas, basado en que Abraham, poseyendo riquezas, fue perfecto, se le puede responder claramente a base de lo ya dicho. El Señor dio este consejo no porque los ricos no puedan ser perfectos, o no puedan entrar en el reino de los cielos, sino porque ni una cosa ni otra pueden conseguirla fácilmente. Grande fue la virtud de Abraham, el cual, poseyendo riquezas, tuvo un espíritu libre de las riquezas; como también fue grande la fuerza de Sansón, el cual, sin armas, con la sola mandíbula de una borrica, derrotó a muchos enemigos. Sin embargo, no es inútil aconsejar al soldado que, cuando vaya a la guerra, se provea de armas para vencer a los enemigos. Por consiguiente, tampoco el hecho de que Abraham haya podido ser perfecto en medio de las riquezas permite considerar inútil que a quienes desean la perfección les sea dado el consejo de renunciar a las riquezas.

Los hechos grandiosos no permiten hacer deducciones, porque para los débiles es más fácil admirarlos y encomiarlos que imitarlos.

Por este motivo se dice: Bienaventurado el rico que no cometió pecado, que no ambicionó el oro, ni puso su esperanza en los tesoros de dinero (Eclo 31,8). Muestra poseer gran virtud y vivir firmemente asentado en Dios mediante caridad perfecta el rico que no se mancha con apego a las riquezas, que no se deja guiar por la codicia del dinero, ni se sobrepone orgullosamente a los demás, confiado en sus riquezas. Este es el motivo de que el Apóstol diga: A los ricos de este mundo encárgales que no sean altivos y que no pongan su esperanza en la inseguridad de las riquezas (1 Tim 6,17).

Pero cuanto mayor es la dicha de un rico poseedor de estas cualidades, tanto su número es menor. Por eso se lee lo siguiente: ¿Quién es éste? Porque debemos alabarlo. En su vida hizo cosas admirables (Eclo 31,9). Verdaderamente realiza obras dignas de admiración quien, viviendo en abundancia de riquezas, no tiene apego a ellas. Quien practique esto es perfecto, sin duda alguna. Por eso, la Escritura continúa diciendo: ¿Quién fue probado y se comportó dignamente en esto, es decir, en hacer vida intachable en medio de las riquezas? Una persona así es raro encontrarla. Pero esto será para ella motivo de gloria eterna (Eclo 31,10). Así se ve la coherencia con las palabras del Señor, cuando dice ser difícil que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19,23).

He aquí la primera vía para la perfección. Consiste en que alguien, por el empeño de seguir a Cristo, desechando los bienes temporales, abrace la pobreza.

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