CAPÍTULO 5: Doctrina no aplicable a pecadores arrepentidos

CAPÍTULO 5

Doctrina no aplicable a pecadores arrepentidos

Vengamos al tercer grupo de personas para esclarecer si quienes, después de una vida en pecado se arrepienten, deben someterse a lo que propone esta teoría. Ante todo, hay que aceptar lo que en el evangelio se lee acerca de la conversión de Mateo a quien, cuando estaba ocupado en las ganancias de recaudación, el Señor lo llamó a su seguimiento; si bien no lo introdujo de inmediato en el grupo de los apóstoles, lo encaminó enseguida a la perfección de los consejos. Como se lee en el evangelio, abandonándolo todo, se levantó y lo siguió (Lc 5,28). A propósito de este pasaje, dice Ambrosio: Se desprendió de lo propio el que arrebataba lo ajeno. De esto se sigue manifiestamente que quienes se arrepienten de los pecados, después de haber vivido en pecados de suma gravedad, cualesquiera que hayan sido, pueden asumir sin demora la vía de los consejos.

A decir verdad, es a ellos a quienes sobre todo compete asumir la vía más perfecta de los consejos. Al exponer las palabras haced frutos dignos de penitencia (Lc 3,8), dice Gregorio: A quien no cometió pecado, a éste se le concede que se sirva de lo lícito; pero quien ha caído en culpa tanto más debe renunciar a lo lícito cuanto mayor es la ilicitud de lo que cometió. Y añade: Por este motivo la conciencia de cada uno está obligada a buscar por medio de la penitencia ganancias de buenas obras tanto mayores cuanto más graves fueron los daños que se hizo a sí misma por la culpa. Por consiguiente, dado que, en el estado religioso, los hombres se privan de lo que es lícito y buscan las ganancias de las buenas obras, es evidente que quienes salen del pecado y que están ejercitados no en el cumplimiento de los preceptos, sino en su transgresión, deben asumir la vía de los consejos, entrando en religión, que es estado de penitencia perfecta.

A este respecto se dice en el Decreto: El Papa Esteban amonesta a Astolfo, que había cometido graves pecados, y le pide que acepte su consejo, el consejo de entrar en un monasterio, de humillarse bajo la autoridad del abad y que, fiado en la ayuda de las oraciones de muchos hermanos, cumpla con sencillez todo lo que le sea mandado. Y un poco más adelante añade: Si, permaneciendo en tu casa o en la vida secular, quieres hacer penitencia pública, estate seguro que esto será para ti más duro y más pesado; no dudes, pues, en hacer lo que te recomiendo. Señala después algunas penas gravísimas, reconociendo que la entrada en religión es más provechosa y mejor que todas ellas.

Por lo tanto, es evidente que quienes están ejercitados no en los preceptos, sino que han vivido en los pecados, son amonestados con finalidad salvífica a entrar en religión. Pero estos mismos son apartados de asumir los consejos, si se hace caso de la admirable sabiduría de los nuevos maestros. La opinión de estos es rechazada con la enseñanza del Apóstol: Hablo a lo humano, por la debilidad de vuestra condición natural; así como presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora, para santificación, presentad vuestros miembros para servir a la justicia (Rom 6,19). A propósito de lo cual dice la Glosa: Me expreso a lo humano, porque a la justicia debéis una servidumbre mayor que al pecado. Se dice también: Así como vuestro pensamiento fue el apartaros de Dios, así ahora, convertidos de la culpa, con mucha mayor intensidad, lo buscaréis a él (Bar 4,28). Efectivamente, después de los pecados con que uno se alejó de Dios, quebrantando sus mandamientos, debe poner empeño en lo mejor, y no contentarse con mediocridades.

En relación con esto abundan también ejemplos de santos. Muchísimos cristianos, de ambos sexos, después de haber pasado la vida en perversidades y en pecados de máxima gravedad, asumiendo de inmediato la vía de los consejos y sin detenerse nada en observancia de preceptos, se entregaron a rigurosísima vida religiosa.

Esto mismo es confirmado no sólo por la autoridad y el ejemplo de los santos, sino por las enseñanzas filosóficas. Dice, en efecto, el Filósofo: Tomando buena distancia del pecado, llegaremos al justo medio: como hacen quienes tratan de poner derecha una madera torcida. Es, por tanto, necesario que quienes han sido torcidos por los pecados sean vueltos a estado recto cumpliendo más perfectas obras de virtud.

Por consiguiente, queda claro que ningún grupo de personas puede estar sometido a lo que dicen; pretenden, en efecto, que no esté permitido entrar en religión a quienes no se ejercitaron antes en la observancia de los preceptos.

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