CAPÍTULO 20
Difamación de los religiosos exagerando lo malo
Después de haber visto cómo estos hombres perversos maliciosamente deforman el juicio sobre las cosas, ahora hay que ver cómo lo hacen también respecto de las personas. Alguien podría pensar que las difamaciones de personas deberían ser toleradas en silencio, sin replicar. Dice, en efecto, Gregorio: El escarnecimiento que nos viene de los perversos es un encomio de nuestra vida; muestra que en nosotros existe alguna forma de santidad, puesto que empezamos a ser desagradables para aquellos que no agradan a Dios. Lo cual está de acuerdo con aquello de si el mundo os odia… (n 15,18). Además, los juicios humanos no merecen atención. Es el Apóstol quien lo dice. A mí no me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano (1 Cor 4,3). Y esto tiene especial valor cuando el testigo de nuestra conciencia es Dios, según la palabra escrita: Testigo mío es el del cielo (Job 16,20).
Pero, cuando se contemplan las cosas desde adentro, se ve que las lenguas de quienes lanzan estas difamaciones deben ser reducidas al silencio. Y esto, por tres razones. En primer lugar, porque la difamación no se refiere a una sola o a unas pocas personas, sino que afecta al entero colegio religioso; por este motivo es necesario resistir varonilmente a su temeraria difamación, para que las ovejas de Cristo no sufran de continuo las desgarradoras mordeduras de los lobos. Para reprobación del mercenario, está dicho esto: El mercenario, cuando ve que viene el lobo, abandona las ovejas y huye (n 10,12). Viene a ser, como dice la Glosa”, o un violento que hace destrozos corporales o un diablo que aplasta el espíritu. Se hace contra algunos esta reprensión: No habéis subido para hacer frente ni os opusisteis como muro en favor de la casa de Israel (Ez 13,5).
En segundo lugar la difamación recae sobre personas necesitadas no sólo de estar ellas mismas en buena conciencia, sino también de tener buena fama para poder hacer bien al prójimo mediante la predicación. De difamadores como éstos y en relación con las palabras echa de casa a la esclava… (Gál 4,30), dice la Glosa: Todos los miembros de la Iglesia que buscan la felicidad terrena, todavía pertenecen a Ismael; se pelean con quienes progresan espiritualmente, los desacreditan. Sus labios están llenos de perversidad y sus palabras de dolo. Por consiguiente, a este tipo de calumnias hay que hacer oposición. Como dice Gregorio, en la homilía antes citada, aquellos cuya vida debe servir de ejemplo a los demás, deben, si pueden, rebatir las palabras de sus calumniadores, para que no dejen de oír su predicación quienes podían oírla y, así, permaneciendo en sus malas costumbres, pierdan interés en vivir bien. Por lo cual también Juan rebatió las palabras de su calumniador, del cual, en la carta a Gayo, dijo: En cuanto vaya, le echaré en cara lo que hace, pues, con palabras llenas de maldad, chismorrea contra mí (3 Jn v.10). Y Pablo hace referencia a sus calumniadores cuando escribe: Se ríen hablando de cartas duras y firmes… (2 Cor 10,10).
Tercero y último, porque no se contentan con difamar. Su intención es hacernos desaparecer. Esto resulta evidente por varias razones. Intrigan ante los prelados para que procuren que nadie se les acerque; buscan que no sean provistos de lo necesario; quieren también que no se les permita recibir candidato alguno. Es un plan que tiene precedente en lo que dice un profeta: Siria, Efraín y el hijo de Romelía se han propuesto hacerte mal y van diciendo: subamos contra Judá hasta devastarlo y ocuparlo (Is 7,5-7), pero, como allí mismo se dice, no será tal, no sucederá. Acerca de proyectos semejantes se lee también en otro profeta: Se conjuraron contra mí diciendo: Arranquémoslo de la tierra de los vivos, para que nunca más se haga memoria de él (Jer 11,19). Pero, como dice Jacob, no seré yo quien acepte su pretensión (Gén 49,6). Esto quiere decir que su crueldad no puede ser soportada por más tiempo. Es una situación parecida a la descrita por Ester cuando, refiriéndose a los planes de los enemigos, dice: Yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser destruidos, asesinados, exterminados; si fuéramos vendidos para esclavos y esclavas, el mal sería más llevadero y, aunque llorando, guardaría silencio (Est 7,4). Se dice también en otra parte: No te rindas ante la persona del otro por ser él, ni te sometas a la mentira de quien atenta contra ti (Eclo 4,26).
Para resistir a sus calumnias, hay que tener en cuenta que, al calumniar, siguen cuatro procedimientos. En relación con los varones espirituales, hacen esto:
– los males que encuentran, los exageran;
– dan por hecho lo dudoso;
– inventan falsedades;
– echan a mala parte lo bueno.
Lo malo que pueda encontrarse en los religiosos lo exageran de tres maneras.
La primera se refiere al tiempo. Lo hecho por algunos antes de su conversión, se les pone ahora delante para deshonrarlos. Exponen contra los religiosos las palabras del Apóstol habrá hombres que sólo saben amarse a sí mismos, avaros, engreídos, soberbios… (2 Tim 3,2). Dicen que este baldón carga sobre ellos, porque desde el estado en que eran retenidos por estos pecados, pasaron al estado religioso, el cual, según los calumniadores, es una secta cuyos miembros pertenecen al grupo de aquellos que son llamados salteadores de las casas. Pero en esto quedan convictos de error. Exponiendo las palabras el hierro es sacado de la tierra (Job 28,2), dice Gregorio: Es sacado hierro de la tierra cuando algún valeroso defensor de la Iglesia es arrancado de la vida terrena que antes llevaba. Por consiguiente, respecto de él, no hay que detenerse en reprobar lo que fue, puesto que ya empezó a ser lo que no había sido nunca. El Apóstol, por su parte, después de enumerar multitud de pecados, añade: Esto es lo que habíais sido, pero fuisteis lavados, fuisteis justificados… (1 Cor 6,11). La exposición que los calumniadores hacen es contraria a la intención del Apóstol. Él no quiere que los destinatarios sean lo que habían sido y después vengan a ser salteadores de casas; lo que él dice es que quienes se comportan como salteadores de casas pertenecen al número de quienes viven en los pecados de que antes había hecho mención.
El segundo modo de exagerar se refiere a las personas. Lo que ha sido hecho por uno o por dos, tienen la presuntuosa osadía de cargarlo a la religión entera. Dicen, por ejemplo, que no se contentan con los alimentos que les son ofrecidos, sino que piden otros más exquisitos; y así, otras muchas cosas por el estilo. Aun en el caso de que algunos hagan alguna vez cosas de éstas, el hecho en sí de ningún modo puede ser atribuido al entero colegio. Es lo que dice Agustín al donatista Vicente, cuando escribe: Si alguien retiene no por razón de justicia, sino por avaricia, bienes de los pobres que poseíais en nombre de la Iglesia, eso a nosotros nos desagrada. Por vuestra parte, no sois nada fáciles en aceptar que nosotros, a algunos a quienes no podemos corregir ni castigar, los toleramos, y que a causa de la paja no abandonamos la era del Señor, y que tampoco los peces malos nos hacen romper las redes del Señor. Así, pues, el colegio religioso no puede ser difamado porque alguno de sus miembros cometa pecados incluso graves. De otro modo, también el colegio de los apóstoles debería ser sometido a rigurosa reprensión. Está escrito, en efecto: ¿Acaso no os escogí yo a los doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo (n 6,71). De manera semejante se dice también: Como el lirio entre las espinas, así mi amada entre las jóvenes (Cant 2,2). Es la idea que se encuentra en la Glosa tomada de Gregorio: Ni los malos pueden estar sin los buenos, ni los buenos sin los malos. De ellos, sin embargo, puede decirse lo que está escrito: Salieron de nosotros, pero no eran de los nuestros (1 Jn 2,19).
El tercer modo se refiere a la valoración moral de las culpas. Exageran desmedidamente lo malo. En este mundo no podemos vivir sin pecado. Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos (1 Jn 1,8). Los mismos pecados veniales, sin los cuales nadie, ni el más perfecto, puede vivir en este mundo, los exageran hasta hacerlos graves, en contra de lo que está escrito: No pongas asechanzas ni busques iniquidad en la casa del justo (Prov 24,15). Dentro de estos injustos criterios, hay que colocar una serie de expresiones. Como ejemplo puede servir que llaman a los religiosos falsos apóstoles. Según ellos, son indicio de falsedad algunos hechos concretos, como buscar hospedajes propios de ricos, en los cuales encuentren mayor atención, gestionar asuntos ajenos para tener derecho al hospedaje, desear los bienes temporales de aquellos a quienes dirigen la predicación, y otras cosas por el estilo. Todo esto, aunque suena a desorden, nunca reviste tanta gravedad como para colocar a quienes lo hacen en la categoría de pecadores y mucho menos para catalogarlos entre los falsos apóstoles. En relación con las palabras nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores del mundo gentil (Gál 2,15), dice la Glosa: En la Escritura no es corriente aplicar este nombre a quienes, aun llevando una vida justa y merecedora de alabanza, no pueden vivir sin pecado. Y así ocurre lo que se dice en Mt 7,3, o sea: ven la paja en el ojo del hermano y no se dan cuenta de la viga que llevan en el suyo. En esta situación ocurre lo que dice la Glosa marginal, a saber: Cargados con pecados mayores, prefieren censurar en el hermano otros menores, no para enmienda, sino para acusación, porque están llenos de odio, de envidia y de perversidad. De este modo se cumple en ellos que cuelan el mosquito y tragan el camello (Mt 23,24): censuran mordazmente los más insignificantes pecados de los religiosos, sin prestar atención a los graves que ellos cometen.
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