CAPÍTULO 15: La divina providencia se extiende a todas las cosas

CAPÍTULO 15

La divina providencia se extiende a todas las cosas

De la misma manera que es necesario extender el conocimiento divino hasta las cosas más insignificantes, según lo dicho, así también se impone reconocer que el cuidado de la divina providencia alcanza a todas las cosas.

De hecho, encontramos en todos los ámbitos que el bien consiste en el orden según el cual las cosas se subordinan unas a otras y se orientan hacia el fin. Pero así como todo ser se deriva del ente primero, que es el ser mismo, así también todos los bienes se han de derivar necesariamente del bien primero que es la bondad misma. Por consiguiente el orden de cada cosa tiene que derivarse de la primera y pura verdad: de la cual obviamente nada puede derivarse más que tal como se encuentra en ella, es decir de manera intelectiva. De aquí que la razón de la providencia consiste precisamente en que un sujeto inteligente pone orden en las cosas que le están sometidas. Es por tanto necesario que todas las cosas se encuentren sometidas a la divina providencia.

Además, el primer motor inmóvil, que es Dios, es el principio de toda moción, al igual que el ente primero es el principio de todo ser. Pero en las causas ordenadas esencialmente cualquiera de ellas tanto es más causa cuanto es anterior en ese orden, puesto que la anterior es la que confiere a las posteriores que sean causa. Por consiguiente, Dios es causa de todas las mociones con más eficacia que cualquiera de las causas motrices particulares. Pero Dios no es causa de ninguna cosa a no ser por su inteligencia, ya que su sustancia se identifica con su entender, según consta por las palabras de Aristóteles arriba referidas. Y, como cada cosa obra de acuerdo con su sustancia, síguese que Dios mueve todas las cosas a sus fines propios mediante el entendimiento. Pero esto es proveer. Luego todas las cosas están sometidas a la providencia divina.

Además, las cosas están dispuestas en el universo de acuerdo con lo que es mejor para ellas, puesto que todas dependen de la suma bondad. Pero es mejor estar ordenado en atención a lo que se tiene de esencial que no por algo accidental, y debido a ello el orden de todo el universo responde a criterios esenciales y no accidentales, para lo cual se requiere que la intención del primer [agente] llegue hasta el último. Porque si el primero trata de mover al segundo y su intención no se mantiene más allá, la moción que el segundo produzca sobre el tercero será ya extraña a la intención del motor inicial; y el orden que de ahí brote será accidental. Se requiere por tanto que la intención del primer motor y ordenador, es decir, de Dios, se prolongue no sólo hasta un determinado nivel de entes, sino hasta los últimos. Todos estarán por tanto sometidos a su providencia.

Por otra parte, lo que conviene a la causa y al efecto, se encuentra de manera más eminente en la causa que en el efecto, puesto que se deriva de la causa al efecto. Por consiguiente, lo que se encuentra en las causas inferiores hay que atribuirlo a la primera de todas, y a ella le conviene de la manera más excelente. Pero hay que atribuir a Dios alguna providencia; de lo contrario, el universo estaría regido por el azar. Luego la providencia divina tiene que ser perfectísima.

Pero en toda providencia hay que considerar dos cosas, la disposición y la ejecución de lo dispuesto, y en cada una de ellas la perfección se alcanza de manera en cierto modo diferente. Porque en lo que toca a la disposición, la providencia es más perfecta cuanto el sujeto logra captar y disponer mejor mentalmente cada detalle; de aquí que las operaciones del arte tanto mejores son cuanto el artista logra coordinar mejor todos los elementos en juego. En cambio, en lo que toca a la ejecución, tanto parece ser más perfecta la providencia cuanto el providente se muestra más universal en su eficacia sirviéndose de más medios e instrumentos.

Ahora bien, la providencia divina cuenta con una planificación intelectiva acerca de todos los factores, en su conjunto y en cada uno de ellos, y ejecuta sus planes mediante muchas y variadas causas. Entre las cuales las que hacen efectiva la providencia divina de una manera más universal, son las sustancias espirituales, llamadas ángeles, que se encuentran más próximas a la causa primera. Son pues los ángeles los ejecutores universales de la providencia divina. Con razón por tanto se llaman ángeles, es decir, mensajeros, pues lo propio del mensajero es ejecutar las disposiciones de su señor.

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