CAPÍTULO 14
Razones contra la perfección de los religiosos que no tienen posesiones comunes
Queda todavía por ver el empeño que ponen en apartar a los hombres de la religión, tratando de menoscabar su perfección, sobre todo la de quienes no tienen posesiones en común.
Alegan, en primer lugar, palabras de Próspero que pasaron al Decreto: Es conveniente la posesión de bienes de la Iglesia y desprenderse de los propios por amor a la perfección. Los bienes de la Iglesia no son propios, sino comunes. Por lo cual quien, desechados o vendidos los propios bienes, desprecia todo lo suyo, cuando es puesto al frente de una iglesia, se convierte en administrador de todo lo que la iglesia tiene. Por este motivo San Paulino vendió grandes fincas que eran suyas y repartió el producto entre los pobres. Pero cuando fue nombrado obispo, no desechó las propiedades de la iglesia, sino que las administró con suma fidelidad. Así queda demostrado que los bienes propios deben ser desechados por amor a la perfección y que, sin mengua de perfección, pueden ser poseídos los bienes de la iglesia que son bienes comunes. De aquí pretenden sacar en conclusión que la carencia de bienes comunes es asunto que no tiene nada que ver con la perfección.
Alegan también el ejemplo de otros santos. San Gregorio, con sus bienes, edificó un monasterio dentro de las murallas de la ciudad de Roma, y en Sicilia construyó otros seis. San Benito, el gran guía de los monjes, recibió grandes posesiones para atención de su monasterio. Estos grandes personajes, sumamente celosos de vivir la perfección evangélica, no habrían hecho eso, si las posesiones comunes mermasen en algo la perfección apostólica y evangélica. De aquí deducen que no es perfección mayor el hecho de carecer de posesiones.
Añaden también que los apóstoles, a quienes el Señor mandó que no poseyeran nada (Mt 10,9) y que nada llevasen para el camino (Lc 9,2), en tiempo de necesidad poseían alguna cosa. Acerca de las palabras ahora el que tenga bolsa que la lleve… (Lc 22,36) dice la Glosa: En la inminencia de la muerte, cuando aquella multitud perseguía al pastor juntamente con la grey, da una norma adaptada al momento, permitiendo que lleven lo necesario para vivir. Ahora bien, en tiempo de persecución la perfección de los apóstoles no era inferior. Por consiguiente, la posesión de bienes comunes no causa merma en la perfección.
Añaden que Cristo instituyó el orden de los apóstoles a quienes suceden los obispos y los clérigos: los cuales tienen posesiones. Las órdenes de religiosos que viven en pobreza sin posesiones, fueron instituidas más tarde por otros. Ahora bien, lo que Cristo instituyó es más perfecto. Por tanto, es más perfecto tener posesiones en común que vivir sin posesiones.
Alegan también este argumento: no es creíble que la perfección instituida por Cristo haya quedado interrumpida y como dormida desde el tiempo de los apóstoles hasta los tiempos nuestros, en los cuales han tenido comienzo algunas órdenes que viven sin posesiones comunes. De donde concluyen que el carecer de posesiones comunes no tiene nada que ver con la perfección.
Dicen también que si después de los tiempos de los apóstoles, algunos vivieron sin poseer; ésos vivían del trabajo manual, como se lee acerca de los santos padres en Egipto. Quienes carecen de posesiones comunes y, sin embargo, no viven del trabajo manual, están totalmente fuera de la perfección evangélica.
Añaden que la renuncia a las riquezas fue introducida para quitar la preocupación por las cosas temporales, de acuerdo con la norma evangélica de Mt 6,25 que dice: No andéis preocupados por vuestra vida, sobre qué comeréis… El Apóstol, por su parte, dice: Quiero que viváis sin preocupación (1 Cor 7,32). Pero quienes carecen de posesiones viven con mayor preocupación de proveerse de lo necesario que quienes lo tienen asegurado mediante posesiones comunes. Por consiguiente, la carencia de estas posesiones hace disminuir la perfección evangélica.
En relación con este asunto, añaden que los religiosos que se encuentran en esta situación por necesidad se entrometen en los negocios de muchos que les suministran los víveres. Por este motivo se acrecientan sus preocupaciones por lo temporal, con perjuicio de la perfección evangélica. Por lo cual, careciendo de posesiones comunes, sufren también merma en la perfección.
Dicen finalmente que es imposible que haya quienes no posean nada ni en común ni como propio, porque es necesario que coman y beban y se vistan: lo cual no podrían hacer si no poseyeran nada.
Éstos son los argumentos con que se empeñan en desacreditar la perfección de quienes no tienen posesiones en común.
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