CAPÍTULO 10: Las sustancias espirituales proceden inmediatamente de Dios

CAPÍTULO 10

Las sustancias espirituales proceden inmediatamente de Dios

Considerando todo esto, otros afirman que ciertamente todas las cosas traen su origen del primero y sumo principio, al que llamamos Dios, pero no de manera inmediata, sino de acuerdo con un cierto orden.

Dado, en efecto, que el primer principio de las cosas es totalmente uno y simple, no entendieron que de él procediera más que uno solo. Y éste, aun siendo más simple y más uno que el resto de las cosas inferiores, carece sin embargo de la simplicidad del primero, ya que no se identifica con su propio ser, sino que es una sustancia que tiene el ser. A ésta la llaman inteligencia primera, de la cual ya admiten que pueden proceder muchas cosas. Porque, en cuanto se aplica a entender su principio primero y simple, dicen que de ella procede la inteligencia segunda; en cambio, al entenderse a sí misma, en lo que hay en ella de intelectivo, produce el alma del orbe primero; al entenderse a su vez en cuanto a lo que hay en ella de potencialidad, procede de ella el cuerpo primero; y así, por orden, hasta llegar al último de los cuerpos, determinan cómo proceden las cosas del primer agente. Y ésta es la posición de Avicena, que también parece presuponerse en el Liber de causis.

Pero esta posición, incluso a primera vista, parece rechazable. Porque el bien del universo es más importante que el bien de cualquier naturaleza particular. Ahora bien, dado que la razón de bien coincide con la de fin, quien no atribuya la perfección de un efecto a la intención del agente, destruye la razón de bien en los efectos de la naturaleza o del arte; y por eso Aristóteles rechazó la opinión de los antiguos naturalistas, según los cuales las formas de las cosas que se generan naturalmente y otros bienes naturales no se deben a la intención de la naturaleza sino que provienen de la necesidad de la materia. Pero aún sería mucho más improcedente que el bien del universo no proviniera de la intención del agente universal, sino de cierta necesidad inherente al orden de las cosas.

Mas, si el orden del universo, que consiste en la distinción y la ordenación de sus partes, procede de la intención del primero y universal agente, es indispensable que la distinción misma y la ordenación de las partes del universo preexistan en el entendimiento del primer principio. Y como las cosas proceden de él como de un principio intelectivo, que obra de acuerdo con las formas concebidas, no hay por qué sostener que del primer principio proceda una sola cosa, por más que él sea simple en su esencia; ni tampoco que procedan muchas cosas en función de la composición y poder que hay en él, y así sucesivamente. Porque esto sería sostener que las referidas distinción y ordenación existen en las cosas no en virtud de la intención del primer agente, sino debido a cierta necesidad de las cosas.

Se podría decir, sin embargo, que la distinción y el orden de las cosas procede de la intención del primer agente, en cuanto éste se propone no sólo producir el primer causado, sino también todo el universo, aunque de acuerdo con este orden: él produce inmediatamente el primer causado, y mediante éste produce ordenadamente en el ser las demás cosas.

Pero hay dos modos de producir las cosas: uno por medio de la mutación y el movimiento, y otro sin movimiento ni mutación, como ya dijimos arriba. Ahora bien, en el modo de producción que se hace mediante mutación y movimiento, vemos manifiestamente que las cosas proceden del primer principio mediante las causas segundas: observamos, en efecto, que las plantas y los animales son producidos en el ser mediante el movimiento y merced a las virtudes de las causas superiores que se remontan ordenadamente hasta el primer agente.

Pero esto no puede suceder cuando se trata de aquel modo de producir que se da sin movimiento por simple influjo del ser mismo. Porque lo que se pone en el ser mediante este modo de producción, no sólo se hace de suyo este ente, sino que también se hace de suyo ente sin más, como ya dijimos.

Ahora bien, los efectos deben responder proporcionalmente a las causas: de modo que el efecto particular corresponda a una causa particular, y el efecto universal, a una causa universal. Por consiguiente, así como por el movimiento se produce de suyo este ente, y este efecto se reduce a una causa particular que conduce a una forma determinada, así también, cuando se produce el ente sin más (simpliciter), por sí mismo y no accidentalmente, este efecto necesariamente se ha de reducir a una causa universal, y ésta es el principio primero, es decir, Dios.

Síguese, pues, que por la mutación y el movimiento el primer principio puede traer al ser diversas cosas mediante las causas segundas; pero lo que se produce por otro modo que actúa sin movimiento y que se llama creación, no se puede atribuir a otro autor que Dios solo. Únicamente de este modo pueden ser producidas en su ser las sustancias inmateriales, y en cuanto a la materia de cualesquiera cuerpos no puede existir antes que la forma, como ya dijimos a propósito de la materia de los cuerpos celestes, que no se halla en potencia para otras formas.

Por consiguiente también las sustancias inmateriales y los cuerpos celestes, que no cabe sean traídos al ser por el movimiento, tienen a Dios como único autor de su ser. De modo que tampoco lo que es primero en ellos es causa de lo que les es posterior.

Además, cuanto una causa es superior, tanto es más universal y tanto su virtud se extiende a más cosas. Mas lo primero que se encuentra en cada uno de los entes es lo más común a todos. Pues cualquier cosa que se le añada contrae lo anterior. De modo que lo que en una cosa se capta como posterior, guarda respecto a lo anterior la relación del acto a la potencia.

Así, pues, lo primero que subsiste en cada cosa ha de ser efecto de la suprema virtud; y en la medida en que algo es posterior ha de reducirse a la virtud de una causa inferior. Por eso, lo primero que subsiste en cada cosa, como sucede en los cuerpos con la materia y con su equivalente en las sustancias inmateriales, ha de ser efecto propio de la virtud primera del agente universal. Es por tanto imposible que una causa segunda produzca cualquier cosa en el ser sin alguna intervención previa del agente superior. De modo que ningún agente, salvo el primero, produce en el ser toda la cosa, como produciendo el ente absolutamente tal, de suyo y no por accidente, que es lo que llamamos crear, según queda dicho.

Además, la causa de una naturaleza o forma puede ser doble. Una, que es causa de tal naturaleza o forma de suyo y absolutamente; otra, que es causa de tal naturaleza o forma en este sujeto. Y la necesidad de esta distinción se hace patente si nos fijamos en las causas de las cosas que se generan. Pues cuando es el caballo el que engendra, el caballo generante es ciertamente la causa de que la naturaleza del caballo empiece a existir en este sujeto, pero no es de suyo causa de la naturaleza equina. Porque lo que es de suyo causa de alguna naturaleza en cuanto a su especie, debe ser causa de la misma en todos los sujetos que pertenecen a esa especie.

Por eso, dado que el caballo tiene la misma naturaleza específica [que lo engendrado] se seguiría que es causa de sí mismo: lo cual no puede ser. Síguese por tanto que por encima de todos los que participan de la naturaleza equina tiene que haber una causa universal de toda la especie. Para los Platónicos esta causa era una especie separada de la materia, a la manera que el principio de todos los objetos artificiales es la forma del arte, que no existe en la materia. En cambio según Aristóteles esta causa universal hay que ponerla en alguno de los cuerpos celestes: y por eso, distinguiendo estas dos causas, dijo que al hombre lo generan el hombre y el sol.

En cambio, cuando las cosas son causadas por la vía del movimiento, la naturaleza común de lo preexistente sobreviene mediante la forma que adviene a la materia o al sujeto. Por eso, de este modo puede ser causa de algo [un agente] que tenga la misma naturaleza particular del efecto, como el hombre es causa de un hombre, y el caballo, de un caballo. En cambio, si la causación no se hace mediante movimiento, lo que se produce es la misma naturaleza en sí. Y debe por tanto reducirse a lo que es de suyo causa de esa naturaleza, y no a algo que participe de esa naturaleza de modo particular.

Esta producción se asemeja por tanto al proceso o causalidad que se da en los seres inteligentes, en los cuales la naturaleza de la cosa en sí no depende más que de lo primero; como la naturaleza del número seis y su concepto no dependen del tres o del dos, sino de la unidad misma. Pues el seis, según su primera razón específica, no es dos veces tres, sino seis solamente. De lo contrario sería necesario que de una misma cosa hubiera muchas sustancias.

Por consiguiente, cuando el ser de una cosa es causado sin movimiento, su causación no puede atribuirse a alguno de los entes particulares que participan el ser, sino que ha de ser reducido a la misma causa universal y primera del ser, es decir a Dios, que es el ser mismo.

Por otra parte, cuanto una potencia dista más del acto, tanta mayor virtud o poder necesita para ser reducida al acto; pues se necesita más energía ígnea para disolver una piedra que la cera. Además, una potencia puede ser comparada con otra por indispuesta y remota que sea, con tal que haya entre ellas alguna proporción; pero entre el no ente y el ente no hay ninguna proporción. Por eso la virtud que produce un determinado efecto sin ninguna potencialidad preexistente, excede infinitamente la virtud del agente que produce un efecto a partir de alguna potencia por remota que sea.

Así pues, la virtud de otros agentes puede ser infinita en algún sentido; pero absolutamente infinita respecto de todo el ser no lo es más que la virtud del primer agente, que se identifica con su ser, y por ello es infinito en todos los sentidos, como ya dijimos arriba. Sólo la virtud del primer agente puede, por tanto, producir un efecto sin presuponer potencia alguna. Y tal tiene que ser la producción de todas las cosas ingenerables e incorruptibles, que se producen sin movimiento. De aquí que todas estas cosas sólo pueden ser producidas por Dios. Y por tanto, es imposible que las sustancias inmateriales reciban su ser de Dios de acuerdo con el orden que la posición sobredicha les atribuía.

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